Nombre u obra homónima: Diego Tadeo González Ávila
Lugar de nacimiento: Ciudad Rodrigo (Salamanca)
Otros nombres: Delio (pseudónimo poético)
Geografia vital: Ciudad Rodrigo, Madrid, Salamanca, Pamplona
Año de nacimiento: 1732
Año de fallecimiento: 1794
Lengua de escritura: español -
Género literario:
Movimiento literario: a:1:{i:0;s:13:"Neoclasicismo";}
Relaciones literarias y personales: Juan Fernández de Rojas, Juan Meléndez Valdés, Gaspar Melchor de Jovellanos, José Iglesias de la Casa, Andrés del Corral.
Temática: a:3:{i:0;s:7:"Amorosa";i:1;s:17:"De circunstancias";i:2;s:11:"Filosófica";}
Investigadores responsables: Lorenzo Álvarez, Elena de -
por Elena de Lorenzo Álvarez
Biografía
Diego Tadeo González Ávila nació en Ciudad Rodrigo (Salamanca) el 22 de julio de 1732, y falleció en Madrid en septiembre de 1794.
Primogénito del administrador de la Real Hacienda de Ciudad Rodrigo y huérfano a los 17 años (1749), Diego González profesó en 1751 como agustino junto a su hermano menor en el convento de San Felipe el Real de Madrid tras un año de noviciado; cursó los estudios de Artes (1751-1754) –probablemente en el Colegio de la Encarnación de Madrid (también conocido como Doña María de Aragón)–, y realizó los estudios de Teología en el convento de Salamanca (1754-1758). Alcanzado el grado de Lector, lo fue de Artes en el convento de Pamplona (tal consta en 1762) y regresó al de Salamanca como Lector de Teología (1768-1773).
Considerado en 1770 por sus superiores «uno de los mozos más hábiles que tiene la Provincia [agustina de Castilla]» (Irene Vallejo, 1977: 24), en 1774 acompañó como secretario al padre Francisco Belza en la Visita General de la Provincia de Andalucía –constando por su propio testimonio que visitó Sevilla, Granada, Málaga y Cádiz–; y en junio de 1775 fue nombrado prior del convento de Salamanca, donde permaneció hasta 1779. Ese año se le concedió con dispensa de examen el grado de Maestro en Teología y fue nombrado sucesivamente secretario de la provincia de Castilla (1779), prior del convento de Pamplona (1783), rector del colegio de la Encarnación en Madrid (1787) y prior del convento de San Felipe el Real (1794).
Este cursus honorum eclesiástico, marcado por los sucesivos destinos en Salamanca (1768-1773 y 1775-1779) y Madrid (1779-1783 y 1787-1794) como lector, secretario, prior y rector, culmina con su breve priorato en el céntrico convento madrileño de San Felipe, en que falleció en 1794. Su compañero de orden y primer biógrafo, Juan Fernández de Rojas (1796), señala que falleció el 10 de septiembre, si bien en el Libro del Consultas del convento consta que el 8 de septiembre era prior Francisco Maroto, por muerte del P. M. Fr. Diego González (Santiago Vela, 1917; Irene Vallejo, 1977: 84).
Producción literaria
La obra poética de Diego Tadeo González –conocido en la República de las Letras con el pseudónimo poético de Delio– se sitúa en la segunda mitad del siglo XVIII, responde a las coordenadas del Neoclasicismo y presenta un amplio espectro de registros poéticos, todos en el rico marco de las entreveradas vertientes estéticas y temáticas habituales en la poesía de su tiempo: una poesía amorosa que transita la senda del rococó, una templada veta jocoso-burlesca, tentativas de poesía filosófica, poemas celebrativos de cariz institucional, o la lógica –en su caso– poesía religiosa.
El primer testimonio de su práctica poética se data en julio de 1760: con motivo de la entrada en Madrid de Carlos III, sus 17 décimas fueron colocadas por los agustinos en la fachada del convento de San Felipe el Real como parte del ornato que festejaba el paso de la real comitiva (Rodríguez de la Flor, 1986). La simbología del Eclesiastés estructura el elogio del monarca: así, Quasi stella matutina se desarrolla como «Hoy el pecho más amante / que a Carlos se sacrifica / aunque en símbolos se explica / no conoce semejante: / estrella es Carlos que errante / anduvo por tierra extraña; / y ya fija, en gozo baña / con su luz la España bella, / por ser de España la estrella / que fuese estrella de España».
No obstante, él mismo señala a Gaspar M. de Jovellanos en la Historia de Delio (1776) haber comenzado tempranamente a escribir poesía amorosa: ya en Ciudad Rodrigo –«y a la sombra sentado / en la fresca ribera / del Águeda serrano cascajoso / cantaba sin reposo»–, en una no documentada estancia en Alcalá que el agustino sitúa hacia 1756, veinte años antes de la escritura del poema –«desde que recostado / en sus vastos oteros / me oyera el sabio Henares / amorosos cantares»–, durante el viaje a Andalucía de 1774, cuando «canté de la Divina / Mirta la honestidad» y hasta ese mismo momento, en que González es ya prior del convento de Salamanca.
No consta que siendo Lector de Teología (1768-1773) participara en la Academia Cadálsica que en 1773-1774 aglutinaba en Salamanca a José de Cadalso, Juan Meléndez Valdés y José Iglesias de la Casa; pero en noviembre de 1775 el prior informa al agustino Miguel Miras (Mireo) –a quien conoce en Sevilla en 1774– de que para entonces ya se reúne el Parnaso salmantino que «se compone de cinco poetas que se tratan con familiaridad y mutuamente se estiman. Los tres, Liseno, Delio y Andrenio son de casa [agustinos]. Los otros dos poetas son jóvenes seglares, profesores de jurisprudencia, en que van haciendo singulares progresos. Uno y otro han compuesto mucho, cada cual por su término» (Leopoldo Augusto de Cueto, 1869: 108). Junto a Juan Fernández de Rojas (Liseno) y Andrés del Corral (Andrenio), figuran otros dos jóvenes cuyo nombre no menciona, pero es probable que fueran Juan Meléndez Valdés y Juan Pablo Forner. Miras le pone en contacto con Jovellanos, con quien González y Meléndez mantendrán frecuente y afectuosa correspondencia.
Fray Diego da cuerpo a esta veta amorosa en una nutrida colección de églogas, canciones, cantinelas y anacreónticas a Melisa, Julia, Mirta, Lisi, Filis, Vecinta…
acordes con la poética rococó contemporánea, que presentaba frutos acabados en El Poeta de Nicolás Fernández de Moratín (1769) y los Ocios de mi juventud de José de Cadalso (1773). En el rococó se entrecruza el sensualismo, lo anacreóntico y lo bucólico-pastoril (Joaquín Arce, 1966, 1970, 1981; David T. Gies, 1995), y todas estas corrientes se perciben en algunos de los poemas más conocidos de Delio, como A la quemadura del dedo de Filis –«¿Cómo podrá creerse / tan extraña quimera / cual es que a la nieve / el fuego abrasa, y quema»–, De Delio a Mirta –«mas mis ardientes labios / en su nieve se ceban, / percibo su dulzura / y suavidad extrema. / (Cielos, si me dais dichas / esta dadme, dadme esta)»–, A Vecinta desdeñosa –«No desprecies, Vecinta, a quien te adora: / déjate por ahora / de ese mirar esquivo / y el rostro desdeñoso / convierte en amoroso»–, o A Lisi malagueña, escrita por un Delio «a quien la suerte fiera / dio la dicha de amarla / al tiempo de perderla», y en que esta salta del lecho para despedirlo: «El cambray delicado / avaro y cruel intenta / cubrir el blanco pecho / tesoro de belleza, / y en parte lo consigue; / pero a la vista deja / dos breves hemisferios / de nieve que le afrentan».
La crítica ha señalado la impronta luisiana de muchos de sus poemas, que ya subrayaba su primer editor: «le estudió con tanto gusto y esmero, que se le pegó el estilo hasta el extremo de imitarle con la mayor perfección» (Juan Fernández de Rojas, 1796: 4). Y no es menor en otros la de Garcilaso, como en Vecinta a Delio: «Mas si no está en tu mano aborrecerme, / si no es posible, Delio, el olvidarme, / si es sobre tu poder dejar de verme / si es que vivir no puedes sin hablarme».
La veta bucólico-pastoril da forma también a El triunfo del Manzanares, escrito según dice a Mireo en febrero de 1776, «con ocasión del decreto últimamente ganado en el Consejo contra otro que vino del Tíber sobre la Bética monástica» (Cueto, 1869: 110). Considerando tal fecha, el enfrentamiento entre el Manzanares y el Tíber podría enmascarar el del Visitador Belza –González había sido su secretario– y el General de la Orden, y el triunfo matritense remitir a la paralización por parte del Consejo de Castilla el 15 de diciembre de 1775 del decreto del General, que en agosto había declarado desde Roma nulos los acuerdos del Capítulo de Granada de 1774 presidido por el Visitador (sobre el conflicto, Cortés Peña, 1989: 208-211). El caso es que la canción deriva hacia la temática amorosa, y las aguas del Manzanares desembocan en Cádiz y versos amorosos de Delio a Mirta.
En ocasiones lo rococó vira hacia lo jocoso, como en la celebrada y muy impresa Invectiva contra un murciélago alevoso, que ha sido vinculada a la épica burlesca (Bonilla y Luján, 2014). El animal ha interrumpido a la bella Mirta mientras escribía un poema amoroso a Delio, por lo que el poeta le augura cruel castigo a manos de la tropa infantil en dinámicos versos al modo del quevedesco Poema heroico de las necedades y locuras de Orlando el enamorado (Samuel Fasquel, 2018): «Te puncen, y te sajen / te tundan, te golpeen, te martillen, / te piquen, te acribillen, / te dividan, te corten y te rajen, / te desmiembren, te partan, te degüellen / te hiendan, te desuellen, / te estrujen, te aporreen, te magullen, / te deshagan, confundan y aturrullen». Y lo jocoso puede voltear hacia la sátira y la invectiva, como en A un orador contrahecho, zazoso y satírico o en A una vieja que se adornaba mucho, y llegar a lo escatológico sin ambages: así, en el poema muy explícitamente titulado Al pedorrero dedicado a un «polvorista del Demonio».
Diego Tadeo González tanteó también la poesía filosófica a propuesta de Jovellanos. En 1776 el asturiano envía Meléndez, González y Rojas la Epístola I. Carta de Jovino a sus amigos salmantinos, un metapoema en que Jovino insta a Batilo, Delio y Liseno a abandonar la ya codificada estética rococó y emprender nuevos rumbos literarios; en ella exhorta al prior de Salamanca: «Ea, facundo Delio, tú, a quien siempre / Minerva asiste al lado, sus, asocia / tu musa a la moral Filosofía»; y le propone: «Después, con grave estilo, ensalza al cielo / la santa religión de allá abajada, / y canta su alto origen, sus eternos / fundamentos, el celo inextinguible, / la fe, las maravillas estupendas, / los tormentos, las cárceles y muertes / de sus propagadores y con tono / victorioso concluye y enmudece / al sacrílego error y sus fautores» (Jovellanos, 1984: 85-93). Y ese mismo año el prior envía a Jovino la ya mencionada Historia de Delio, en que afirma: «Mi cítara mezquina / eternamente amores resonara, / si ayer no la arrojara / con ira de mi pecho».
Tras recibir de Jovino el plan del primer libro del ambicioso proyecto de Las edades y un significativo corpus de poesía filosófica europea –Milton, Pope, Young, los Carmina de Tomasso Ceba y el Esprit de Rousseau–, Delio compuso los 442 versos del primer canto: La niñez. No había comenzado la labor en junio de 1778, cuando dice a Jovellanos que «no estoy capaz para comenzar siquiera una obra de tanta dificultad para mí, y que pide infinito más sosiego que el que yo puedo esperar» (Jovellanos,1986: 222); pero según dice Jovellanos a Rojas, Delio se lo leyó (Jovellanos, 1985: 54), probablemente en Madrid –adonde fray Diego se desplaza como secretario de la Provincia de Castilla en 1779–; por todo ello dice Delio en el poema: «Tuya es la idea, mío el verso solo».
Tras la exposición del argumento –«decir en verso grave, numeroso / del hombre vegetable, y las sazones / por donde sin sentirlo es conducido, / en cada edad notando las pasiones / que son propias»–, este primer canto gira en torno a dos ejes: en el primero se plantea la creación del mundo conforme al tópico del orden del universo y cadena de los seres (Lorenzo Álvarez, 2000): «el anchuroso espacio se vio lleno / de animales en turba numerosa, / de cuerpo, astucia y ser desemejante / cual cierra la distancia prodigiosa / del sutil arador al elefante / del necio jumento a la raposa». Pero este mundo de orden y proporción en que todo está armoniosamente trabado se ve trastocado por la rebelión de Luzbel –«partida / la preciosa cadena, cesa el orden / y todo es confusión, todo desorden; / así la mano de Satán grosera / perturbó la armonía establecida»– y la irrupción de las furias, que emergen del Averno capitaneadas por la Muerte: «que de tropel salieron del profundo / para dañar al hombre miserable / y establecer su imperio en todo el mundo». El caos se resuelve gracias a la «inventora Industria», que conduce al hombre de la barbarie a la civilización –«del perizoma humilde al refulgente / oro»– mediante la Agricultura, el Comercio y las Bellas Artes.
En cuanto a sus fuentes, el propio Delio dice a Jovellanos en 1776: «Recibo la de V.S. con el Pope, que leeré tantas veces cuantas basten para tomarlo de memoria, meditar mucho sus bellezas, seguirle el genio y revestirme de su espíritu» (Jovellanos, 1985: 52-53)–. Y tal hizo, pero desde la versión francesa del Essay on man, pues Delio dice en Las edades: «del sutil arador al elefante»; también Meléndez dirá «del invisible / insecto al elefante», «del mínimo arador al elefante» (Meléndez Valdés, 1983: 855, 915) y Jovellanos «desde el elefante, que roe los hojosos bosques de Abisinia, hasta el minador, que se esconde y mantiene en las membranas de una hojilla» (Jovellanos, 2010: 403-421). Todos siguen los dísticos de Pope: «How instinct varies in the groveling swine / compared half-reasoning elephant, with thine», pero en la versión de Du Resnel, que evita al rastrero cerdo y trastoca lo que era inteligencia en tamaño: «dans le moindre ciron, que dans un éléphant», quién sabe si recordando a Montaigne –«Pareils appetits agitent un ciron et un elephant»– o los no menos célebres Entretiens sur la pluralité des mondes donde Fontenelle razonaba: «il y a autant d’espèces d’animaux invisibles que de visibles. Nous voyons depuis l’éléphant jusqu’au ciron, là finit notre vue; mais au ciron commence une multitude infinie d’animaux, dont il est l’éléphant, et que nos yeux ne sauraient apercevoir sans secours». El caso es que la fuente de Delio, Batilo y Jovino es francesa.
Para la descripción de las furias, señala Rodríguez de la Flor que «sigue la misma técnica descriptiva y el mismo proceso de metaforización que el episodio que Virgilio traza en la Eneida, en el fragmento referente a la Cueva de los vientos» (1979: 207); y pudiera estar mediatizada por el Paradise lost del «religioso Milton», que Delio cita en el poema y conocía bien, por haber leído con Meléndez en 1777 la traducción del canto I que le había enviado Jovellanos (Jovellanos, 1985: 99).
Ya fallecido fray Diego, Jovellanos señalaba a Rojas que el proyecto de Las Edades requería «más fuego y menos encogimiento de los que tenía Delio cuando le acometió. Yo deseaba un poema descriptivo y le convirtió en un poema moral. Habían pasado ya a su autor los días de lozanía y robustez» (1986: 222). Y Martínez de la Rosa sostenía que «si hubiese concluido su poema, no carecería España de uno de gran mérito» (Martínez de la Rosa, 1827: 33).
De esta etapa madrileña es también la Oda a las Nobles Artes, redactada –que no leída, como se afirma en ocasiones– para la entrega anual de los premios de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 14 de julio de 1781. En ella lee Jovellanos el Elogio de las Bellas Artes y Meléndez La gloria de las Artes; en cuanto a la oda de Delio, consta en la edición que «no habiendo asistido el autor a recitarla por causa de sus ocupaciones y siendo ya bastante tarde, se acordó imprimirla en el Cuaderno que se debía publicar, dejando por entonces su lectura» (Distribución, 1781: 124). Delio en el cierre explicita el giro literario que el poema implica en su trayectoria: «Incauta lira mía, / sólo a humildes cantares / en la margen del Tormes avezada, / ¿Quién te infundió osadía / para que en Manzanares / cantes cosa tan nueva y elevada? / ¡Ay! Deja la empezada / locura, que no es dada / a tus débiles puntos / tratar estos asuntos» –también lo indica Batilo: «dejando ya a los tímidos pastores / el humilde rabel, canta atrevido»–. Quizá la retórica captatio benevolentiae más que falsa modestia alberga cierta desconfianza de Delio en sus fuerzas poéticas, y no hay que descartar que en su justificada ausencia en la Academia latieran comprensibles reticencias del secretario de la provincia de Castilla a participar como poeta en un acto público.
De hecho, el Llanto de Delio y profecía del Manzanares vio la luz en 1783, y Delio se enmascara bajo las siglas E. M. F. D. G. La finalidad y poética de la obra queda claramente explicitada en el subtítulo: Égloga que con motivo de la temprana muerte del Señor Infante Don Carlos Eusebio, y del felicísimo fecundo parto de la Serenísima Señora Princesa de Asturias escribió… Es uno más de los muchos poemas que celebraron el festejado parto de los infantes gemelos (5 de octubre de 1783), que parecía garantizar la sucesión dinástica tras el fallecimiento de Carlos Eusebio –a su vez fallecieron al año siguiente, pero ya había nacido el futuro Fernando VII–; y ciertamente es égloga y responde a la poética bucólico-pastoril: ya comienza «El sol hacia su ocaso declinaba», y en ella es Carlos III «el Mayoral más bueno / que nuestros valles rige cuidadoso» y la princesa de Asturias –la luego reina María Luisa esposa de Carlos IV– «la más bella pastora / que vio en su regia orilla el Eridáno». En cuanto a su argumento, así lo condensaba la Gaceta de Madrid al anunciar la publicación de «esta obrita»: «Introdúcese al pastor Delio a orillas de Manzanares lamentando en un cántico elegiaco muy sentido y tierno la temprana muerte del Señor Infante Don Carlos Eusebio; y viendo el pastor que el río no se conduele de su lamento, arroja a las aguas su lira; de cuyo oculto encanto penetrado Manzanares, repentinamente se incorpora en figura sobrehumana y venerable, a manera de un Dios, que dirige la palabra a Delio, y en un canto genetliaco le consuela, y en tono de profecía le refiere el felicísimo parto de la Serenísima Sra. Princesa, anunciándole las grandes prosperidades que por medio de los Gemelos han de provenir a nuestra Monarquía» (n.º 103, 26/12/1783: 1096).
A la misma finalidad de exaltación monárquica responde el soneto A la paz ventajosamente concluida por Carlos III, que se data ese mismo año de 1783 en relación a la muy celebrada paz con Gran Bretaña: «La guerra cruel, huyendo apresurada, / tantos despojos deja en nuestra tierra / que Carlos de la paz saca la gloria / el pueblo la abundancia de la guerra».
Y textos conmemorativos son también sus poemas laudatorios escritos en 1789 con motivo de la coronación de Carlos IV, siendo Delio ya rector del colegio de la Encarnación en Madrid (1787-1794). Entonces escribió las Tarjetas que se expusieron en la lonja de San Felipe el 23 de septiembre de 1789, décimas de exaltación que mucho recuerdan a las que en 1760 le sirvieron para celebrar la llegada de Carlos III en el mismo convento; casi treinta años después, el zodíaco «pronostica las dichas que a porfía / nos vendrán de un reinado venturoso» en estrofas pautadas por el movimiento solar: «En este signo agustino / a la noble España avisa / que por Carlos y por Luisa / conquistará el Vellocino» comienza El sol en Aries (Rodríguez de la Flor, 1986; Campos y Fernández de Sevilla, 1998, 2000). Con este motivo compuso también la inacabada égloga Delio y Batilo, en que la retórica bucólico-pastoril da forma al encomio del augusto soberano: «¡Oh felices edades / en que la alma virtud es ensalzada. / Y en trono real sentada!». Como señala Rodríguez de la Flor (1982b: 188), «corderillos, colorines (los diminutivos revelan, mejor que cualquier otro elemento, una mentalidad rococó), ruiseñores y hasta calandrias parleras se convierten en súbditos voluntarios de la corona borbónica».
Ignoramos cuándo se cierra su trayectoria literaria, si bien en septiembre de 1792 y a sus sesenta años, el rector del colegio de la Encarnación celebraba al recientemente fallecido Tomás de Iriarte –«cantor divino / que en metro armonïoso / maravillas cantabas prodigiosas / del arte peregrino»– con motivo de la exitosa reposición de La señorita malcriada (Irene Vallejo, 1999: 78, 86-88).
Aunque Diego Tadeo González es conocido fundamentalmente como poeta, su relación con la literatura trasciende este ámbito, en que también se desempeñó como traductor, editor y censor.
Así, se conservan traducciones de los himnos Veni Creator («Ven, Creador, Espíritu amoroso, ven y visita el alma que a ti clama») y Te Deum, Laudamus («A vos Señor, por Dios os alabamos / y vuestro señorío / sobre todas las cosas confesamos»), del cántico Magnificat («Alaba y engrandece / a su Dios y Señor el alma mía, / y en mi espíritu crece / el gozo y la alegría / en Dios, mi Salvador, en quien confía»), y su glosa poética de los salmos Domine, Dominus noster e In Domino confido: «Cuán grande y admirable / Oh Señor, en quien nuestro bien se encierra / es tu nombre adorable / en todo cuanto cierra / la redondez inmensa de la tierra!» (salmo VIII); «¿Para qué me decís (si en Dios confío) / sus, corre, aguija, vuela y como el ave / traspasa el monte y la encumbrada sierra?» (salmo X). Concluía Fernando Lázaro Carreter (1956: 75) que «estos poemitas, de expresión ajustada, con una elevación que reciben del original son sin duda lo más bello que produjo el contradictorio, amable y fatigoso estro de fray Diego González».
También preparó para imprenta el Cantar de los cantares de fray Luis de León, que quedó inédito: su texto sirvió como base de la edición del padre Merino de 1806 y ha sido localizado por José Manuel Blecua, que lo identificó con el ms. 9/2075 de la Real Academia de la Historia (Luis de León, 1994).
Y en 1779 vio la luz la Exposición del libro de Job de fray Luis, en que fray Diego suplió las lagunas del manuscrito: fundamentalmente, algunos argumentos que preceden a los capítulos y versiones parafrásticas en tercetos (Luis de León, 1779 y 1992). Probablemente el trabajo ya estaba concluido en 1776, pues como señala Caso González Jovellanos concluye la Historia de Jovino alabando el esfuerzo de Delio, «imagen y heredero / del gran León» y celebrando la iniciativa: «Ya las hispanas musas, / que en hondo y vil desprecio / yacían, por ti vuelven / a su esplendor primero / a ti fue dado solo / obrar el alto hecho. / Y pues tamaña empresa / te reservaba el tiempo, / el triunfo que a tal gloria / levanta el pueblo ibero, / será del plectro mío / perenne, vasto objeto, / y de uno al otro polo / resonará en mis versos» (Jovellanos, 1984: 79).
De su faceta como censor se conoce que informó favorablemente los Discursos históricos, sagrados y expositivos con reflexiones místico-morales sobre el Pentatheuco de Moisés del compañero de Orden Agustín Flamenco (1789); que ejerció como censor del Diario de las musas (1790-1791); y que en 1791 informó desfavorablemente la Dissertatio de magia de Paul Joseph Rieger (González de Velasco, 1994b).
Tradición textual
Es imposible reconstruir aquí la tradición textual de cada poema de Diego Tadeo González, pero puede seguirse en González Velasco (1994b) y en la edición crítica de su poesía (Sánchez Pérez, 2006). Reseñaremos únicamente:
– que se le ha atribuido la autoría del melólogo La mujer heroica y esposa de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno (1791), que, como ha aclarado Irene Vallejo (1994: 646), es obra de Joaquín Barón Domingo «entre los Pastores del Manzanares, Delio».
– que fue Fernández de Rojas quien editó póstumamente las Poesías del M. D. Diego González (1796), y que al hacerlo contravenía la expresa voluntad del autor a quien «le entró algún escrúpulo por causa de sus poesías, y habiéndolas juntado con varias cartas y papeles inútiles, me encargó que lo quemara todo junto».
– que en esta edición, Rojas ejerció como verdadero editor, pues señala que «el M. González tenía sus poesías sin orden alguno; yo las he dado alguna coordinación, clasificando las piezas según su especie»; e incluyó unas «Noticias del M. González» que constituyen su primera biografía, así como el grabado por Tomás López Enguídanos que funcionaría como imagen canónica del autor, con la inscripción «Mag. F. Didacus Gonzalez August. / Theologus, Orator, Poeta: / Virtutis cultor, hominum amicissimus. / Obiit die X. Sept. MDCCLXXXXIV».
– que esta edición de 1796 es un tomo en octavo impreso en Madrid por la Viuda e Hijo de Marín, si bien Cueto remite a una edición con pie de imprenta en Salamanca en 1795 (1869: 180) y en 1876 Menéndez Pelayo cita una edición por Francisco de Tójar en 1795, de que no se ha hallado nunca noticia (1952: t. II, 142-143). Únicamente podemos señalar que Menéndez Pelayo sólo cita la supuesta edición salmantina de Tójar de 1795 y la segunda edición de 1805; es decir: no da a entender que hay una edición de 1795 además de la de 1796. Por ello, y dado que la de 1796 existe, cabe que se haya generado cierta confusión con las Poesías póstumas de Iglesias de la Casa, que edita en octavo Francisco de Tójar en 1795. En todo caso, los volúmenes recogidos en el Catálogo Colectivo de Patrimonio Bibliográfico como de 1795 constan editados en Madrid en la imprenta de la viuda e hijo de Marín (y no en Salamanca o por Tójar), y nos han confirmado que los ejemplares de la Biblioteca de Castilla y León / Pública del Estado en Valladolid y la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, catalogados como de 1795 en realidad son de 1796 –cierta falla en la impresión de ese número 6 parece haber conducido a leerlo como un 5–. Por último, en la prensa sólo se ha hallado noticia de la edición de mayo de 1796 (Memorial Literario, tomo XII, p. 265), y la fecha es coincidente con la que proporciona Jovellanos, que el 19 de mayo reseña en su diario cuándo recibe el ejemplar: «Fray Juan Fernández (en el Parnaso, Liseno) envía un ejemplar de las Poesías de mi buen amigo el maestro González (alias Delio), con un gracioso elogio de Liseno, que es su editor» (Jovellanos, 1999: 541).
– que en esta edición de 1796 –difundida por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (1999)– Rojas atribuyó a Delio la autoría de la oda a la muerte de Cadalso de José María Vaca de Guzmán: «Vuela al ocaso, busca otro hemisferio, / baje tu llama al piélago salobre, / délfico numen […]»–. Sabedor, en la segunda edición preparada en 1805 Rojas elimina el poema, e incorpora la traducción del Te deum laudamus. Además, subsanó algunas erratas, como el Guido por Gnido (1796: 44; 1805: 97) que le hiciera ver Jovellanos: «Hubiera querido yo más corrección en la imprenta. Poco importa que ustedes me hagan leonés por gijonés; pero importa más que hayan convertido la patria de Venus en el nombre de uno de los que mejor la pintaron, poniendo Guido por Gnido. Sé cuánto es impertinente este cuidado, pero también cuánto duelen después los efectos del descuido» (1986: 220). Sin embargo, no se modificó el legionense por gegionense de Las edades, quizá por no haber comprendido Liseno la referencia: «Y tú, sabio Jovino, mi ventura / gloria inmortal del legionense suelo» (1796 y 1805: 52). En todo caso, esta segunda edición de 1805 es la primera edición corregida, y por tanto más fiable que la de 1796.
Recepción socio-literaria
Como se ha señalado, la edición que fijó la imagen del poeta vio la luz póstumamente en 1796, y cabe reseñar que en ella señala Fernández de Rojas que Delio «vivió casi desconocido, porque aborrecía la ambición y todos los medios infames de que se vale para elevar a los sujetos»; de la recepción de esta edición apenas hay más noticia que el citado anuncio del Memorial Literario –que reproduce fragmentos valorativos del prólogo de Rojas–, aunque al recibirla Jovellanos reseñó en el diario: «hay bellas cosas» (1999: 541), y la obra fue sucesivamente reeditada (1805, 1812, 1817, 1821, 1824, 1831, 1869).
Su corona fúnebre –testimonio según Liseno de que «tenía amigos, y que no eran de aquellos a quienes las Musas miran con ceño»–, incluye una elegía de Luis Folgueras Sión, que ese año fue nombrado canónigo de Briviesca («Por qué gimieron las celestes cumbres / donde fulgura el sol?»), una égloga del propio Liseno («Este es del grande y celebrado Delio / el túmulo fatal»), una canción de Juan Sánchez («Copados chopos cuya sombra fría / divierte mis cuidados») y una oda de Manuel Pedro Sánchez Salvador («Luego cerrados con silencio eterno / yacen los labios del amable Delio») –es el Doralio con quien trabó relación en Pamplona y que le dedicó la Noche fúnebre (Sánchez Salvador, 1987: 300)–; se percibe en esta corona el silencio de Meléndez Valdés, y consta que Jovellanos se disculpó con Liseno: «¡Ojalá que pudiese yo celebrarla con otra cosa que con el testimonio de aprecio de sus dotes y talentos, que daré en toda ocasión y en todo tiempo! Pero, quien no acertó a hacer versos buenos cuando mozo, ¿cómo los emprenderá de viejo?» (1986: 54)–.
Pero la proyección de su obra ha de calibrarse considerando que a su difusión hubo de contribuir decididamente su publicación en la prensa –a la difusión de la obra, no necesariamente del poeta, con frecuencia encubierto para el público bajo pseudónimo o siglas–. Al margen de la edición de la Oda a las Bellas Artes (1781) y la égloga Llanto de Delio (1783), desde su regreso a Madrid como rector del Colegio de la Encarnación (1786) una serie de poemas van viendo la luz en el Memorial Literario (Cádiz transformado, o dichas soñadas del pastor Delio en 1786, Historia de Delio a Jovino y Oda a Liseno en 1787, y otros en 1789, 1790), el Correo de Madrid (1786-1787), el Diario Curioso de Madrid (1789 y junio y julio de 1794), el Diario de Barcelona (1792) o el Diario de Valencia (1793 y enero de 1794). Póstumamente, el Diario de Barcelona vuelve a publicar dos obras en 1795 y 1798; el Semanario erudito y curioso de Salamanca publica 16 poemas (1795-1798; Rodríguez de la Flor, 1981), y el Memorial Literario la cantinela A Lisi (1798).
De los poemas mencionados, fue el más célebre la Invectiva contra un murciélago alevoso, que dice Fernández de Rojas en 1796 ya «tantas veces impresa» (lo había sido en el Correo de Madrid en 1786, el Memorial literario en 1789 y el Diario de Valencia en 1794). Es el único poema que mereció ser ilustrado con un grabado a partir de la edición de 1817, y fue imitado por Félix M.ª de Samaniego en Los huevos moles, en que es Mirta Juana, el murciélago ratón atraído por el postre, y la turba infantil emboscada de gatos.
Recepción crítica
El conocimiento de la trayectoria biográfica de Diego Tadeo González prosperó a partir de los datos de Juan Fernández de Rojas (1796) gracias a lo que conocemos de su epistolario recuperado por Cueto (1869) y el trazado de Santiago Vela (1917), siendo especialmente renovador el trabajo de Georges Demerson (1973; también 1971) y, por la ordenada sistematización, el de González Velasco (1994a).
La recepción crítica de su poesía ha sido reconstruida por Rodríguez de la Flor (1980), que habla entonces de una fortuna «mínima»; si bien el estudio de su producción poética ha avanzado gracias a los sucesivos estudios de Irene Vallejo (especialmente, 1977 y 1999) y de Rodríguez de la Flor (especialmente, 1979, 1981, 1982b), resultando muy clarificadora la organización cronológica de la obra a cargo de González Velasco (1994b). Todas estas fuentes confluyen en la única edición crítica de su obra (Sánchez Pérez, 2006).
Se le ha encuadrado en la llamada «escuela salmantina del siglo XVIII» o «segunda escuela salmantina» (la reconstrucción historiográfica del concepto en Lorenzo Álvarez, 2020), y en este ámbito se ha destacado su papel como aglutinador del Parnaso salmantino en 1775-1779, su relación literaria con Jovellanos y el papel relevante que jugó en la formación del joven Meléndez Valdés (Real de la Riva, 1948; Rodríguez de la Flor, 1982a; Irene Vallejo, 1994). Buena parte de la bibliografía de la orden agustina le concede un papel determinante en la trayectoria de la poesía del siglo, en la estela de Conrado Muiños (1888, 1908) y Bonifacio Hompanera (1903) que reivindicaron a Delio como maestro de la escuela salmantina e iniciador del movimiento de restauración poética, y pese a que ya Real de la Riva advertía que estos críticos «vierten la equivocada afirmación de que fray Diego Tadeo González era el fundador […] habiendo trascendido esta especie más de la cuenta» (1946).
En todo caso, en la medida en que se cuestiona el propio uso del membrete «escuela salmantina del siglo XVIII» (Cueto, 1869; Arce, 1978) y a medida que la organización del decurso literario dieciochesco en escuelas y maestros va desapareciendo en favor de la secuencia de movimientos literarios, la figura de Diego Tadeo González queda recontextualizada en la amplia serie rococó cuyos hitos se fijan en Moratín, Cadalso y Meléndez Valdés.
En cuanto a su propia poesía, la crítica ha coincidido en reconocer tempranamente la impronta luisiana y su clasicismo, cuestiones apuntadas por Fernández de Rojas. Así, Manuel José Quintana lo juzgó «exacto y puntual observador del lenguaje y formas antiguas», señalando que por su «modesta ambición se contentó con el título de hábil imitador de un gran poeta [fray Luis]» (1830); y en su estudio sobre Horacio, Marcelino Menéndez Pelayo sostenía que «entendió que para reanudar el hilo de la tradición literaria en Salamanca era preciso volver a Fr. Luis de León» y que su estilo es «digno de los buenos tiempos del habla castellana», si bien en la Historia de las ideas estéticas en España señalaba que Iglesias y González «no habían hecho más que seguir las corrientes de la antigua lírica española, hasta con verdadero servilismo y ausencia de genio propio» (1952 y 1940).
En cuanto a su trayectoria, se ha señalado la existencia de dos etapas y de dos temáticas claramente diferenciadas; tal planteaba ya Fernández de Rojas al señalar que «en los últimos períodos de su vida pensó González que debía emplear sus versos en asuntos más serios, y más propios de su sabiduría, y de sus años», apuntando como razón la recepción de la epístola de Jovino a los salmantinos en 1776 (1796: s.p.), que ha servido para marcar un antes y un después en la trayectoria de Delio, de Batilo, e incluso de la poesía del siglo, con frecuencia trazadas como una secuencia en que la poesía que se ha llamado ilustrada sucede a la rococó.
Al margen de que de tal clasificación puede desprenderse –erróneamente– que la poesía rococó no es propia de la Ilustración, es habitual que ambas tendencias más que sucederse convivan –tal se ha demostrado en el caso de Meléndez– y en lo que hace a Delio cabe reseñar que la datación de buena parte de su poesía amorosa se deduce pero no se conoce con certeza, por lo que quizá el agustino no arrojó de sí la cítara amorosa en 1776 con tanta decisión como manifestó en la Historia de Delio. Por otro lado, pese a que Delio aborda dispares materias y argumentos –se ha diferenciado poesía de temática amorosa, civil y de circunstancias, humorística y festiva, ilustrada, didáctica y filosófica y religiosa (Sánchez Pérez, 2006: 107-145)–, predomina la amorosa encauzada al modo anacreóntico y bucólico-pastoril, y esta última tradición vertebra también obras consideradas de circunstancias o ilustradas, como la canción y la Historia de Delio de 1776 o las églogas de 1783 y 1789 con motivo del nacimiento de los infantes gemelos y la coronación de Carlos IV (Rodríguez de la Flor, 1979, 1982b). Todo ello evidencia lo lábiles que pueden ser las fronteras entre la poesía circunstancial, la poesía rococó y la poesía ilustrada: pese a la variedad temática y las etapas trazadas, a lo largo de décadas Delio fraguó buena parte de sus poemas conforme a los principios del dúctil código eglógico y la segura convención retórica de la cultura bucólico-pastoril, que constituyen una constante netamente neoclásica y central de la articulación de su producción poética.
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Responsable: Elena de Lorenzo Álvarez.
Profesora titular de Filología Española y Directora del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII (Universidad de Oviedo).
Revisión: Grupo de investigación LETRA.
Cómo citar y DOI del artículo:
Lorenzo Álvarez, Elena de, «Diego Tadeo González», Diccionario de autores literarios de Castilla y León (en línea), dir. y ed. María Luzdivina Cuesta Torre, coord. Grupo de investigación LETRA, León, Universidad de León, 2020. [En línea] < https://letra.unileon.es/ > [fecha de consulta]. DOI: https://doi.org/10.18002/dalcyl/v0i14
Editado en León por © Grupo de investigación LETRA, Universidad de León. ISSN 2695-3846.
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