Nombre u obra homónima: Alas, Leopoldo
Lugar de nacimiento: Zamora
Otros nombres: Clarín
Geografia vital: Zamora; León; Guadalajara; Oviedo; Madrid.
Año de nacimiento: 1852
Año de fallecimiento: 1901
Lengua de escritura: español -
Género literario: a:12:{i:0;s:10:"Biografía";i:1;s:15:"Correspondencia";i:2;s:18:"Crítica literaria";i:3;s:18:"Crítica política";i:4;s:16:"Crítica teatral";i:5;s:10:"Filosofía";i:6;s:20:"Literatura jurídica";i:7;s:15:"Narrativa breve";i:8;s:17:"Narrativa extensa";i:9;s:11:"Prosa moral";i:10;s:14:"Teatro extenso";i:11;s:11:"Traducción";}
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Relaciones literarias y personales:
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Investigadores responsables: Varela Olea, Mª Ángeles -
por Mª Ángeles Varela Olea
Biografía
A pesar de que el famoso autor de La Regenta es muchas veces tenido por ovetense, Leopoldo Alas nació el 25 de abril de 1852 en Zamora. Viene siendo habitual en sus biografías recordar el significativo modo en que el escritor hacía referencia a este hecho: «Me nacieron en Zamora». Así lo recuerda ya el primer biógrafo del escritor, quien, con esta aseveración clariniana sobre su origen titula el segundo capítulo de la primera y fundamental biografía escrita sobre el escritor por Juan Antonio Cabezas, Clarín, el provinciano universal (1934, editada en 1936): «Muy poca importancia habían de tener el nacimiento y aún la infancia castellana de Clarín, en el desarrollo posterior de sus características espirituales y temperamentales. Pues todo él será asturiano, y bien asturiano; tanto en su vida como en su obra. Así se explica que cuando, ya hombre, se veía obligado por un formulismo oficial a declarar el lugar de su naturaleza, repitiese siempre con su natural gracejo: “Me nacieron en Zamora”»
De parecer semejante es su biógrafo último, Yvan Lissorgues (Leopoldo Alas, Clarín, en sus palabras (1852-1901)), quien se refiere a estos años, hasta que la familia se instala en Oviedo, bajo el título «Infancia forastera» (pp. 57 y sigs.). Cabezas señala que, en el posterior destino en León, la familia se sentiría mucho más a gusto, pues imagina una nostalgia por los cielos castellanos en la madre del escritor, cuya familia era leonesa. En cualquier caso, dicha afirmación de Leopoldo Alas subraya su escasa vinculación con el lugar de nacimiento en tierras zamoranas; efectivamente, su producción literaria y su biografía estuvieron más ligadas a Asturias, tanto por sus antepasados como por ser esta su residencia de madurez y dónde vivirá su descendencia. En cambio, mantuvo más viva su relación con León, en donde parte de su familia materna vivía y él mismo pasó años importantes de su infancia. El epistolario y varias fotografías atestiguan la relación que el futuro escritor mantendrá con su primo leonés, Enrique Ureña Barthe, quien además era el ahijado de la madre de Leopoldo Alas, la muy querida por el escritor doña Leocadia. Parece ser que el estudiante Leopoldo Alas tuvo intenciones amorosas con una hermana de este, su prima Juanita Ureña, a las que se habría opuesto la familia (Lissorgues, 2007, pp. 59 y 142).
Leopoldo Enrique García-Alas, nombre completo del escritor, era hijo del asturiano carreñense Jenaro García Alas –que firmaba Jenaro Alas– y de la leonesa Leocadia Ureña –en el registro por error figuraba como ovetense–, padres de cinco hijos, de los cuales el escritor era el cuarto. En diciembre de 1851 el matrimonio y los tres primeros hijos se trasladaron a Zamora, lugar al que el padre había sido enviado como Gobernador Civil –o jefe político– por José Posada Herrera, amigo y líder del conservador Partido Moderado al que ambos pertenecían. Don Jenaro era un modesto terrateniente de Carreño (Asturias) que había sido con anterioridad gobernador civil en diversas provincias. Así es cómo el matrimonio se desplazó hacia Castilla en pleno invierno, «acaso» -escribe Cabezas– con mayor entusiasmo por parte de la esposa embarazada que tenía allí antepasados. Cuatro meses después de su llegada a Zamora, el 25 de abril de 1852, nace el futuro autor de La Regenta.
La proclama con que don Jenaro inauguró su gobierno en Zamora da algunas indicaciones generales para dar a conocer «la índole de mi administración» que también nos sirven para conocer el ambiente moral en que el escritor se crio: el nuevo gobernador se dice «lisonjeado por hallarme al frente de una provincia pacífica cuyos habitantes son ventajosamente distinguidos por su honradez proverbial». Como nota general que ha de caracterizar su administración, ordena «la moralidad en todos los ramos de la administración» y dispone que se han de corregir instantáneamente «el desprecio de nuestra Religión y su culto, la embriaguez habitual, la vagancia, el juego y todo cuanto pueda perjudicar a las buenas costumbres» (Rivas Andrés, p. 219).
Aunque no se conserva acta oficial de nacimiento del escritor, la Casa de la Cultura de Zamora tiene un resumen del Registro Civil de la provincia de 1852 en el que figura el nacimiento del futuro escritor en la hoy desaparecida calle de la Pina, hijo legítimo del matrimonio, cuyos abuelos paternos son ambos de Carreño –como el padre–, y cuyos abuelos maternos, como dice erróneamente de la madre, son ambos ovetenses. Fue bautizado a los dos días de nacer –el 27 de abril–, en la iglesia parroquial de San Juan Bautista de Puerta Nueva. Adolfo Posada recuerda cómo el escritor le hablaba a su amigo Rubín de las ciudades recorridas y de Zamora «con sus murallas». Por su parte, Zamora siempre lo consideró «hijo ilustre» y, aun antes de adquirir fama al publicar La Regenta, el semanario literario Zamora ilustrada ya había puesto en su portada un dibujo a plumilla del joven escritor, por considerarlo uno de los personajes destacados de la provincia (16-I-1883) (Rivas Andrés, p. 224).
Lo cierto es que Leopoldo Alas pasó únicamente sus dos primeros años en Zamora, puesto que su familia pronto volvió a trasladarse a León, cuando su padre fue nombrado Gobernador Civil de dicha ciudad el 14 de agosto de 1854. En León, la familia permaneció durante nueve años, hasta que Jenaro García Alas, el padre, fue nuevamente trasladado a Pontevedra el 12 de febrero de 1863 con el mismo cargo de Gobernador Civil. La mayor parte de la infancia del escritor transcurrió, por tanto, en León, la provincia de los antepasados maternos y del tío Manuel, hermano de doña Leocadia (Lissorgues, 2007, p. 64).
El viaje de la familia de Zamora a León, hecho en varios carromatos en los que se trasladaron con todos sus enseres, debió de ser «tan prolijo en incidentes» que los padres del escritor con frecuencia relataban a sus hijos sus pormenores pintorescos, hasta el grado de que incluso los hijos del escritor aún podían repetirlos. En el diario del padre se recoge la extraña convivencia de ocho días por los mesones castellanos, pues, como viajeros, trataron con todo tipo de arriegos, mozos de mulas, clérigos, cómicos, soldados, estudiantes, mendigos y pícaros que, siendo personajes propios de la novela picaresca, sin embargo, permanecían «vivos en Castilla» (Cabezas). Así, el diario inédito del padre del escritor describe cómo el matrimonio se traslada con sus hijos –entre los que está Leopoldo, de tan solo quince meses–, soportando el calor del agosto castellano, tan abrasador que solo pueden viajar por las noches y de madrugada, mientras los animales descansan por el día. Los carromatos cruzan ciudades llenas de historia como Tordesillas, Simancas, Valladolid, y van dando tumbos al pasar sobre las piedras de la meseta castellana, hasta que, por fin, al atardecer del octavo día los viajeros avistan sobre la llanura las torres de León.
Don Jenaro colocará de portero del Gobierno Civil a Pascual, un antiguo campesino que se consideraba el primer «preceptor» de Clarín y quien en la portería del edificio ejerció de maestro de las primeras letras sobre el escritor, a quien, además le contó pintorescas narraciones de gestas y romances (Cabezas). En León, Leopoldo Alas estudió en el Colegio de los Jesuitas de San Marcos. Años después (1878) recordará con cariño «aquellos plácidos días en que yo merendaba con los jesuitas en San Marcos, de León; con aquellos padres que me daban recetas para ganar el cielo, guindas con aguardiente y muchos pellizcos en las rosadas u mofletudas mejillas.» (Caudet y Martínez Cachero). Aquellos años engendraron su característica religiosidad, muy marcada por la profundidad del sentimiento de doña Leocadia, su madre, y por los conocimientos adquiridos con estos sacerdotes. Como hijo de don Jenaro, el muchacho era conocido por sus compañeros de colegio como «el Gobernador». También destacó entonces por su afición a la oratoria religiosa, como recuerda él mismo en La Publicidad en un artículo del 30-IX-1895: desde que tenía tan solo 6 años, en León, «era de no recuerdo qué cofradía infantil; y sobre un cajón hablaba (“predicaba”) desde el púlpito de la derecha (casi siempre el día de la Ascensión) y el P. Goberna predicaba, en serio, en el púlpito de enfrente. Mi sermón era aprendido de memoria, por supuesto» (Botrel, 2002). Con tan solo siete años destacó por sus magníficas dotes oratorias, que le hicieron ganador de una banda de raso azul, premio por los sermones que desde aquel púlpito recitaba en San Marcos y que conservó toda su vida con cariño (Cabezas y Posada, pp. 43-44). Varias biografías suponen equivocadamente que era un premio literario. En estos años infantiles nace también la precoz vocación teatral de Alas, quien en una carta a Galdós contaba que «A los 10 años en León, se puso en escena un drama mío titulado Juan de Hierro, por una compañía de aficionados, en el gobierno de provincia» (carta a Galdós, 3-V-1880, 247), a la que añadió después una segunda parte: Juan resucitado.
Por León, Clarín sintió siempre un cariño especial, por ser el lugar de su primera infancia. Incluso cuando, años después, en su época de estudiante religiosa y políticamente más radical, muestra ciertas reticencias a la campaña emprendida allí para restaurar su catedral, acabará por aclarar que su amor al arte le hacen desear «vivamente», «por un interés puramente artístico y patriótico, que la catedral de León se restaure», si bien, emplea ingeniosamente la ironía para burlarse de los cargos que promueven la empresa: el temible gobernador militar y el sacerdote Juan Mezquita, quizás el mismo «lectoral» de quien había recibido una agria carta reprobando su actitud (Lissorgues, 2007, p. 191). Con tono burlón, publica en El Solfeo«Cuestión monumental. Al señor don Juan Mezquita» (17-3-1876). En este irónico artículo reafirma su deseo de embellecer la catedral, pues “Cualesquiera que sean mis ideas religiosas, la tolerancia y el amor al arte obligan, y usted me da el ejemplo: es usted efectivamente dechado de imparcialidad, pues un Mezquita interesándose en la restauración de una catedral es una cosa nunca vista, y que prueba que hasta los mahometanos van admitiendo la libertad de cultos, de fijo que si se tratara de restaurar una mezquita no habría un solo Catedral que coadyuvara a la empresa.»
Y si bien, la identificación de la Vetusta clariniana con Oviedo ha dado siempre pie a la discusión y, como mínimo, se debe señalar que el escenario literariamente reflejado no es solo esta ciudad, la novela hace alguna referencia concreta a León. Como advirtió Martínez Cachero en su edición de La Regenta, Leopoldo Alas imagina que el canónigo Fermín de Pas había estudiado en San Marcos de León, «cuando se preparaba, lleno de pura fe, a entrar en la Compañía de Jesús…» (cap. XI, p. 256). Nótese que León y los estudios teológicos de San Marcos quedan positivamente unidos a la fe aún «pura» del joven estudiante que, años después será el ambicioso Magistral de la catedral de Vetusta.
En octubre de 1859 la familia se traslada a Oviedo, la ciudad de su familia y la que será la propia. En 1863 comienza los estudios del bachillerato, en los que tendrá como condiscípulos al futuro periodista Tomás Tuero y al escritor y amigo Armando Palacio Valdés. Palacio Valdés contó en sus memorias póstumas, tituladas La novela de un novelista, que, en el tercer año del bachillerato, estableció una relación más estrecha con algunos estudiantes más adelantados, que estaban terminando la segunda enseñanza: «Algunos de ellos han muerto jóvenes; otros se han distinguido en diferentes carreras del Estado; sólo dos se consagraron a la literatura: Leopoldo Alas y Tomás Tuero». Con tono cordial vuelve en varias ocasiones a referirse a su relación con el escritor, y así, en el capítulo XXXIII, leemos: «El primero llegó a ser, con el pseudónimo de Clarín, un crítico eminente; el segundo, a causa de su precaria situación y aún más de su invencible apatía, no dio de sí lo que todos esperábamos. Alas era de un genio más vivo, más fecundo y, desde luego, mucho más aplicado al estudio; en cambio Tuero poseía un gusto más refinado y mayor instinto poético.» (Palacio Valdés, p. 309).
Con doce o trece años Leopoldo Alas asistía al teatro con estos amigos y se entusiasmaba con lo que veía. Él mismo continuó escribiendo obras dramáticas, que, como dirá años después en sus cartas, luego se encargó de destruir. Entre ellas, nos consta un drama en verso titulado El sitio de Zamora, en la que cabe imaginar el ambiente medieval y las gestas históricas de los castellanos que resistían el asedio de Enrique de Trastámara, cuando la ciudad se sumó a la causa de Pedro I de Castilla.
La amistad de Tuero, Alas y Palacio Valdés fue intensa desde estos años en que compartían juveniles inquietudes literarias y paseaban por las ovetenses calles de la Magdalena o Cimadevilla. Los amigos caminaban concentrados en sus frecuentes disputas literarias y gramaticales, «tan ciegos que chocábamos con las personas que venían en dirección contraria», desbaratándoles «sin piedad los callos de los pies» y mereciendo por ello coscorrones y puntapiés de los transeúntes» (Palacio Valdés). Tan tempranas inquietudes culturales los asociaron en varias iniciativas, y siendo aún estudiantes de bachillerato, fundaron un Ateneo cuyas reuniones se efectuaban en las casas de sus miembros: «Nos reuníamos los domingos por la mañana una docena o poco más de ateneístas, se leía una disertación histórica o científica y hacía objeciones al disertante quien lo tuviera a bien; leíanse después artículos, cuentos y versos; por fin uno de los dueños de la casa nos hacía oír en el piano algunas sonatas o trozos de ópera [..]» (Palacio Valdés, p. 318).
Aunque sin perder el contacto con estos amigos, parece que la familia volvió a trasladarse unos meses a Guadalajara después de que el 12 de julio de 1865, don Jenaro Alas tomase posesión del Gobierno Civil de dicha ciudad, cargo que ostentó hasta abril de 1866. Así lo deducía Martínez Cachero (1993) teniendo en cuenta las alusiones a Guadalajara que se leen en la obra clariniana, sobre todo en Superchería, «en cuyo instituto debió de proseguir sus estudios de bachillerato». De vuelta a Oviedo, con tan solo quince años, en 1868, comenzó la redacción de su periódico manuscrito Juan Ruiz. A decir de su amigo de aquellos años, Palacio Valdés: un semanario exigente y desdeñoso con todos los literatos españoles que existían. Aunque añade no haber leído nunca aquella publicación, ni él –dice– ni nadie, «porque la letra de Alas fue siempre inverosímilmente perversa, y durante su carrera literaria causó crueles tormentos a los tipógrafos» (p. 315). Sobre este pormenor, son numerosos los testimonios de amigos como Pérez Galdós o Pardo Bazán, quienes cómicamente se burlan del proceso de adivinación al que hay que someter los garabatos con los que escribía sus cartas. En ese mismo 1868, juvenil entusiasta republicano que deposita su fe en la Septembrina, colabora enviando prosas y versos a los periódicos ovetenses El Eco de Asturias y La Estación.
Una vez concluido el bachillerato, en 1869, ingresa en la Universidad de Oviedo con diecisiete años, para estudiar Derecho, que, con sorprendente rapidez, en tan solo dos años, termina, pues lo hace en junio de 1971. En octubre de 1871 se traslada a Madrid para doctorarse en Leyes y a la vez cursar Filosofía y Letras en la Universidad Central.
Los amigos de Oviedo volvieron a coincidir nuevamente como estudiantes universitarios en Madrid, donde además se reencontrará con su primo leonés. Alas, Tuero, Rubín y Palacio Valdés compartirán pensión y estudios. Con las mismas inquietudes de su adolescencia, en 1872 fundan el efímero periódico satírico-político Rabagás (periódico audaz) -del que saldrán únicamente tres números–, frecuentan tertulias, teatros, redacciones periodísticas y actividades del Ateneo madrileño, mientras estudian en la Universidad Central. Pero esa vida madrileña no les desvincula de Oviedo, pues colaborarán desde Madrid en la Revista de Asturias.
Esa inquietud cultural y afición a la crítica literaria común, seguirá dando frutos unos años después, pues Palacio Valdés y Alas llegaron a publicar en colaboración La literatura en 1881. Luego, con el paso de los años, fueron distanciándose y, a pesar del empeño de Alas de que Palacio asistiese al estreno de su obra teatral Teresa, hay quien cree en un rompimiento porque no le consta más relación entre ellos (así lo afirma Francisco Trinidad en el prólogo de su edición de La novela de un novelista). Fueron amigos de adolescencia, juventud «y -escribe Palacio Valdés– parte de mi edad madura». En el capítulo XXXIII de sus memorias resumirá su amistad con Clarín con estas palabras: «Pasamos la vida disputando […] Todo era materia para disputas acaloradas que duraban indefinidamente, pues ninguno quería quedar convicto de ignorancia» (Palacio Valdés, p. 314). En realidad, en carta de Alas a Galdós, probablemente de septiembre u octubre de 1895, posterior, en cualquier caso, al estreno de la obra teatral -efectuado el 20-3-1895–, resulta entrañable leer: «Armando vuelve a ser mi amigo. Supe que no descansaba desde que empezó la cuestión, y andaba paseándose por delante de mi casa. Figúrese Vd. si así era fácil el arreglo» (Soledad Ortega, p. 280).
Así pues, a partir de 1871, Leopoldo Alas alterna los veraneos asturianos con sus estudios universitarios en la Central. Y aunque sus inquietudes filosóficas y literarias lo habían llevado a Madrid, en la capital se siente perdido y dice sentirse únicamente a gusto en el teatro y en la Iglesia. A pesar de que junto a él están sus amigos ovetenses, frecuenta tertulias y teatros, Madrid, capital populosa, se le hace inicialmente hostil y, sus lumbreras filosóficas y literarias, distantes, como confesó años después él mismo: «por aquel tiempo de la primera salida en busca de aventuras literarias y filosóficas, en aquel Madrid que me parecía tan grande y tan enemigo en su indiferencia para mis sueños y mis ternuras y mis creencias, encontraba algo parecido al calor del hogar… en el teatro y en el templo. Me consolaba dulcemente entrar en la iglesia, oír misa, ni más ni menos que en mi tierra, y ver una multitud que rezaba lo mismo que mis paisanos, igual que mi madre.» (Leopoldo Alas en su opúsculo de 1890 sobre Rafael Calvo y el teatro español, pp. 40-41).
García San Miguel (1987), Martínez Cachero (1891, p. 10) y Lissorgues (2007), entre otros, recogen un hecho de gran importancia en la vida estudiantil de Leopoldo Alas en el que su amigo Adolfo Posada reconoció un gran impacto. Alas relató en sus Ensayos y revistas (1888-1892), («Camús», IV, pp.12 y 13)que una mañana de octubre, al dirigirse al aula, a la hora en que le tocaba asistir a la clase de Literatura Latina de su admirado Alfredo Adolfo Camús, se encontró con que se había producido un cambio de horas entre dos clases y lo que tenía enfrente era una clase de Metafísica krausista, impartida por Urbano González Serrano. Posada relata que, entonces, el joven Alas sintió «el primer estremecimiento o sacudida allá adentro, en las creencias íntimas, que estimaba inconmovibles y que le inculcara cariñosamente su buena madre» (pp. 124-125). La «elocuencia del maestro krausista» originó su «angustia» religiosa y su acercamiento a krausistas como Giner, Azcárate, Salmerón y Urbano González Serrano. Lejos del positivismo, Alas acabará por rechazar el egoísmo utilitarista de su pensamiento, pero no en cambio, la benéfica impronta de su maestro Giner (Sotelo Vázquez, p.102). No es de extrañar que su director de tesis doctoral y a quien el doctorando dedicó dicho trabajo (firmando como «su sincero amigo y reconocido discípulo»), fuese su profesor de Filosofía del Derecho, Francisco Giner de los Ríos. Así pues, según relató Alas, escribió «en pocas semanas» su tesis titulada «El Derecho y la moralidad», bajo la dirección de Giner. En este trabajo académico, Alas defiende la libertad de expresión y cátedra y se confiesa krausista –lo cual era bastante escandaloso para la época–, pero lo hace sin dejar de ser un tradicional defensor del iusnaturalismo. A decir de García San Miguel, especialista en los trabajos jurídicos de Clarín, «pese a su impronta krausista se trata de un trabajo tradicional, próximo a la escolástica» (p. 499). Leopoldo Alas acepta el jusnaturalismo de modo «no muy diferente del de Santo Tomás» (p. 504 del prólogo a la tesis publicada en el volumen XI de sus Obras Completas). Alas, contrario al iuspositivismo, interpreta que el auténtico Derecho es el Natural, que «no procede de ningún legislador positivo, sino de Dios, de la naturaleza o quizás de la razón humana». En resumen, Alas asume la tesis «intelectualista» según la cual Dios es el autor de la ley, que proviene de su razón y no de su voluntad. Como señala el propio especialista en dicha materia, García San Miguel, no deja de sorprender su proximidad a la escolástica en quien manifestó en aquellos años una radicalidad política de otro signo y en quien filosófica y religiosamente se ha interpretado de modo muy distinto.
La lectura de su Tesis se realizó en julio de 1878, por lo que en el otoño siguiente Alas se presentó a una vacante de la Universidad de Salamanca, que no obtuvo por desafueros del conde de Toreno, quien lo descarta al creerlo librepensador. El día 15 de enero de 1879 Leopoldo Alas llega a Oviedo, y allí permanece enfermo durante una quincena. Para mayo de aquel año es elegido miembro del Comité de la Unión Democrática Republicana de Oviedo.
En la fiesta sacramental de la parroquia de Serín, concejo asturiano de Gijón, Alas conoce a Adolfo Posada. A partir de entonces se inicia una entrañable amistad que se prolongará toda su vida, pues, además, ambos profesores de Derecho serán en un futuro compañeros del claustro ovetense. Entre las varias colaboraciones en prensa de aquellos años, destaca el inicio de las mismas en 1880 en el Madrid Cómico, donde se publicarán la mayoría de sus «paliques». Alterna sus estancias entre Madrid y Oviedo, de uno a otro Ateneo y publicaciones. En 1881 publica su Solos de Clarín, prologado por Echegaray, y remata La literatura en 1881, en colaboración con Armando Palacio Valdés. En 1882 obtiene la cátedra de Economía Política y Estadística que le habían arrebatado en Salamanca, y que empezará a impartir en aquel otoño en la Universidad de Zaragoza. Poco antes –el 29 de agosto–, contrae matrimonio con Onofre García Argüelles y García Bernardo en la capilla de la residencia en La Laguna (en el asturiano concejo de Sotrondio). En ese mismo 1882, publica en La Diana y en El Día varios artículos en que elogia al Naturalismo y a Zola. Aunque su naturalismo sea más que nada estético y el escritor español rechace no solo el positivismo, sino, sobre todo, el determinismo implícito de dicha escuela (Sotelo Vázquez, p. 102), Alas defiende la moralidad de las novelas de Zola. Así, escribe que si novelas como Pot-Bouille «que tienen como asunto la realidad tal como es resultan inmorales, en el sentido absurdo en que suele usarse esta palabra, no es culpa de los autores, sino de la sociedad misma.» (2-X-1882) (Sotelo Vázquez, p. 103; Lissorgues, 2010, p. 197). Su defensa de Zola le valdrá, probablemente, el cese de las colaboraciones con El Día, pues el propietario de la publicación, el Marqués de Riscal fue uno de tantos detractores de la escuela francesa (Lissorgues, 2010). En marzo de 1883, Alas participará en el acto de homenaje a su amigo y admirado Benito Pérez Galdós que se celebró en Zaragoza. Además, compone varios cuentos: Un documento, Amor è furbo, Mi entierro y Avecilla. Pero su enfermedad empieza a preocuparlo seriamente: son muchas las molestias que le ocasiona la tuberculosis intestinal, agravada por los nervios y mareos que describe en sus cartas a Armando Palacio o a Galdós, y que testimonian la influencia de la enfermedad en su escritura, combinada con el deterioro progresivo de su vista. Alas inicia los trámites para trasladarse a Oviedo y, efectivamente, comenzará el curso siguiente a impartir clases en la Universidad de Oviedo, explicando Derecho Romano, primero, y luego ya su especialidad, Derecho Natural.
Así, en 1884, Clarín está ya de vuelta e instalado definitivamente en Oviedo, de donde no quiere salir, salvo para pasar los veraneos en Guimarán y hacer algún viaje. Los próximos y últimos veinte años de su vida los pasará allí, dedicado a su familia, a su cátedra, a los amigos y a la dedicación literaria-filosófica. En sus cartas a Galdós, Alas confiesa haberse metido él también a novelista y sentirse comprometido por haber cobrado por anticipado La Regenta, que, por exigencias editoriales, deberá ocupar dos tomos. En otra carta a su amigo Galdós de 1885, dice haberle comentado a Palacio Valdés varias veces que escribe primero, «por escribir y después por ver si gusto a cinco o seis señores, especialmente a Galdós y a Pereda, y singularmente, a Galdós» (Soledad Ortega, pp. 220 y 228). En noviembre de ese mismo año, muere el padre, don Jenaro Alas, quien además de Gobernador Civil de varias ciudades, había sido diputado, concejal y alcalde del Ayuntamiento de Oviedo.
En enero de 1885 aparece el primer volumen de La Regenta, cuyo segundo tomo aparece en junio. La novela le da a su autor una notoriedad no exenta de polémica, pues, aunque son muchos quienes la juzgan extraordinaria, también hay quienes la censuran por anticlerical y obscena o, como en el conocido caso de Luis Bonafoux, por plagiaria (Martínez Cachero, 1985, pp. 84-85).
En lo relativo a los escenarios de La Regenta, Alas en su artículo «Del naturalismo» (La Diana, 1882) había señalado: «los naturalistas se atienen por lo común al círculo geográfico que le señalan sus observaciones reales» (citado por Beser). Por eso, Vetusta es Oviedo, pero, para quien ha pasado su infancia en varias ciudades castellanas, no es solo Oviedo sino que corresponde con la «geografía moral de la España de la época» (Martínez Cachero). Otra cuestión ampliamente discutida por la crítica es la influencia naturalista de la novela, que muchas veces se ha hecho sin el debido conocimiento filosófico de la escuela francesa. Caudet la interpreta naturalista porque priva a la escuela francesa de rasgos que le son definitorios y el final de la novela lo interpreta como el derrumbe de los sueños de la protagonista (pról.. a Su único hijo, p. 31). Pero ni siquiera uno de los máximos defensores de ese naturalismo de La Regenta, Sergio Beser, ignora el rechazo que Alas siente hacia la dependencia del positivismo científico que supone la escuela francesa ni el olvido que el autor hace del papel de la herencia genética en su novela y en sus artículos, además de que en lo relativo al determinismo –que para los franceses era precisamente fundamental– niega que este tenga que ser un fatalismo mecanicista, arguyendo que ya Zola en su momento tuvo que defenderse de dicha acusación ante sus contemporáneos. Sin embargo, hemos de señalar que el hecho de que Zola se viera en tal aprieto no significa que lograra ni mucho menos salir de él en aquella defensa que se vio obligado a hacer, pues cualquier lector que se acerque a sus obras observará lo mismo que señaló son sorna andaluza Juan Valera: que aquello no es experimento ni nada parecido sino pura «sofistería» en que las jóvenes, sean criadas de una u otra manera, acaban siempre por ser meretrices desaforadas (Varela, 2011). En esa misma línea crítica que niega también el determinismo naturalista de La Regenta cabe citar los trabajos de Sobejano o de Sotelo Vázquez, puesto que la tragedia de Ana Ozores radica precisamente en la frustración de su intento existencial de índole espiritual. Si prescindiéramos de ese componente intangible de la novela no se narraría la tragedia de su protagonista, y que constituye la verdadera novela. Así pues, la búsqueda es el único sentir de su existencia, el dolor de no poder alcanzar los «valores supremos» (Gonzalo Sobejano); y en Ana reconocemos la tragedia «de vivir siendo mercancía y sentir la necesidad de vivir para el alma» (Sotelo Vázquez, 1998). Además, un rasgo diferencial importante de la novela que tampoco concuerda con el fatalismo zolesco, es que, terminada la novela, la protagonista sigue viva e inadaptada (Sotelo Vázquez, 1998, p. 463). Es decir, el Naturalismo influye en la novela, pero el genial autor español toma de ella solo lo que le interesa. Como ya dijo Galdós, La Regenta es, como mucho, de un «naturalismo restaurado, reintegrado», es decir, Leopoldo Alas le quita el feísmo y el pesimismo francés, y además le añade el retrato humorístico procedente de la picaresca tradicional española y el apego al lenguaje que ya Pereda había incorporado en la literatura contemporánea. En definitiva, La Regenta supone para Galdós el regreso, pasado por Francia, a la senda saludable de nuestra tradición.
En el mismo año 1885, Alas publica una serie de artículos en el ovetense El Eco de Asturias contra la política ultra-conservadora.
En 1886 publica Pipá, su primer libro de recopilación de relatos en que se incluyen varios escritos en Zaragoza, Oviedo y Madrid, y al año siguiente, en 1887, Folletos literarios y Nueva campaña, la reunión de varios artículos de crítica literaria.
El 1 de mayo de ese mismo año, Alas, representante en Oviedo del Partido Republicano Histórico de Emilio Castelar, salió elegido concejal del Ayuntamiento por el distrito de Santa Clara. A juicio Martínez Cachero, Alas fue republicano militante hasta que el partido se disolvió en el posibilista de Castelar. La monarquía le parecía un régimen pasado desde sus primeros escritos, si bien, en los últimos años será más transigente con el sistema. El carácter de su republicanismo es el de un liberalismo más progresista en su juventud, pero en su madurez fue bastante más moderado. A través de sus colaboraciones periodísticas se observa cómo se atempera el radicalismo anticlerical juvenil, que siempre será crítico con la seudo-religiosidad de quienes pretenden acapararla políticamente, pero ya alejado del antiguo compromiso con las posiciones más laicas e izquierdistas. Desde la perspectiva literaria habría que subrayar esas afinidades liberales para poder interpretar su pensamiento y obras como una evolución y no como una ruptura (Oleza, pp. 61-79).
Es muy significativo que, en 1887, cuando escritores como Galdós o Pardo Bazán dan por finiquitado el Naturalismo y consideran superior la «otra parte de la cuestión», es decir, la inmaterial, Alas descubre la literatura espiritual que en otros países se está publicando y queda impresionado con la obra de Tolstoi. Desconociendo que su corresponsal y amigo canario hace tiempo que ha leído a autores como Turguenev y Tolstoi, le escribe a Galdós en una carta de abril de 1887: “Ahora vivo en Rusia, enamorado de Gogol y de Tolstoy. ¡Qué es Guerra y Paz! Léala Vd. si no la ha leído” (Varela, p. 73).
En 1889 aparece la novela corta Superchería y dos volúmenes críticos de Alas importantes: Mezclilla y su semblanza Benito Pérez Galdós. Estudio crítico-biográfico, que tanto trabajo le costó realizar por la proverbial discreción del escritor canario, quien jamás pudo entender el interés de las gentes por su vida privada, lo cual obligó a Alas a recurrir a otras fuentes, como el íntimo de ambos, José M.ª Pereda. Ese mismo año Lázaro Galdiano le describe en una carta el ambiente de hostilidad que se cierne sobre él y la pretensión de «gente gorda» de Madrid que preferiría que no publicase nada suyo. El propio Alas describirá en Siglo pasado (1901) el «remordimiento» que llegó a ocasionarle el haber podido ser un crítico inmisericorde, por lo que imagina haber oído una voz que le amonesta por el daño que con su pluma ha hecho, censurando y agrediendo el amor propio ajeno: «eres creador de algo en el mundo moral; de ese daño, de ese dolor. No engendres el dolor».
La actitud política de Alas en estos años se ha moderado, de la joven militancia en el republicanismo unitario, contraria al sistema canovista, pasa a ser militante del partido posibilista que acepta la colaboración con la monarquía y con los partidos monárquicos, hace dura crítica de los nacionalismos y proclama la necesidad de la tutela de la Iglesia católica en áreas como la educación (Oleza, edición de Su único hijo, 1990, p. 18).
En 1891 ve la luz la que se considera su segunda mejor novela: Su único hijo. Esta novela era parte de un proyecto literario que su autor no llegó a terminar, pues se centraba en el relato del deseo de paternidad de Bonis, previo a la proyectada novela Una medianía, que, de habe sido escrita, habría relatado las peripecias del hijo. Su único hijo ha sido una novela muy debatida por la crítica, pues claramente presenta un cambio de paradigma literario que ha dado pie a interpretaciones variadas. Si Caudet propone una lectura paródica en que se denuncian las que considera ilusiones irrisorias de un personaje que sublima la paternidad para poder dar sentido a su vida, y la novela le parece el relato de «un fiasco individual y colectivo» (p. 35), prácticamente el resto de la crítica, en consonancia, además, con una trayectoria también observable en su epistolario, en sus artículos y en sus relatos breves hace una lectura idealista-espiritualista de la novela. Oleza –gran conocedor de la corriente espiritualista francesa que relevó rápidamente la efímera moda naturalista–, demuestra que en esta novela clariniana –como en otros relatos suyos anteriores y posteriores– lo que nos encontramos es una novela espiritualista en que: «Como en el Evangelio, el Hijo revela al Padre, y en esta revelación el mundo cobra sentido y redención» (Oleza, 1988, p. 422).
En línea con la vaguedad universalizadora de la novela espiritualista, Su único hijo no precisa la toponimia en que suceden los hechos, si bien, alguna referencia indica que los personajes son «oriundos de la montaña» (2012, p. 61), lo cual vuelve a remitirnos a la geografía ovetense. En consonancia con la recreación de un universo literario provinciano –que busca la imprecisión–, apenas se concretan vagas referencias geográficas. Sin embargo, se indica, por ejemplo, que la compañía de ópera que interpretará para los melómanos personajes de la novela procede de León y, entre las viejas historias de los inquilinos relatadas, se nos cuenta la del secretario del Gobierno civil, un gallego poeta que terminó por suicidarse en Zamora.
1892 es un año importante y decisivo en la trayectoria del escritor. Políticamente, es el año en que Castelar disuelve el Partido Republicano Histórico al que el escritor pertenecía. Alas es ya un reconocido autor de relatos breves que publica en prensa y luego recopila en volúmenes que también son muy vendidos. En febrero sale el volumen Doña Berta, Cuervo, Superchería, y en el mes de mayo saldrá su trabajo crítico Ensayos y Revistas. Entre ambas publicaciones tiene lugar un triste suceso en la vida del escritor: la sonada ruptura con su apreciado colega Emilio Bobadilla, «Fray Candil». Aunque como el escritor hispanocubano contará, no se conocían personalmente, tan solo cuatro años antes, Alas le había escrito el prólogo de sus Escaramuzas. Sátiras y críticas (1888), la obra de Emilio Bobadilla. En este prólogo, Alas decía que era difícil resumir «lo mucho bueno que pienso de él» y definía a Bobadilla como «un compañero de armas, [de] un simpático y valiente colega» (p. XI). Alas se sentía identificado con él, entre otras cosas, por la semejanza de defectos –escribía con modestia–, pero también por la semejanza de situaciones, pues, como él, este otro autor dejaba muchos enemigos entre quienes eran objeto de sus críticas periodísticas (p. XXVIII). Paradójicamente, ese será el motivo del enfrentamiento entre ambos del año 1892.
Martínez Cachero relata cómo las cosas empezaron a cambiar entre Bobadilla y Alas en 1891. Así se puede observar en las colaboraciones de ambos para Madrid Cómico, pues desde el número 462 (26-XII-1891) y a lo largo del año 1892, «casi semana a semana» se suceden los ataques y réplicas de uno a otro escritor. Alas, acompañado de Rafael Altamira, viene a Madrid para visitar a su amigo Pérez Galdós en su casa y asistir al estreno de Realidad, y al día siguiente Bobadilla y él se enfrentan en duelo a sable, en dos asaltos, de los que Alas salió con una contusión en el brazo izquierdo y el labio herido. Bobadilla sufrió un ligero rasguño en un brazo. Como testigos de Alas se presentaron sus amigos ovetenses Palacio Valdés y Tuero. Con el tiempo, Bobadilla referiría: «nos pusimos de oro y azul, acabando por batirnos en duelo. Palacio Valdés, el coronel Antonio Reina y Francisco de Icaza están vivos y pueden contar lo que allí pasó… / Aquella fue la primera vez que yo vi a Clarín. No le conocía personalmente. Lo que yo padecí, nadie lo sabe. ¡Tener que matarme con un hombre a quien yo quería y admiraba!» (Martínez Cachero, 1989; 373-389).
Aquel verano de 1892 Alas visita el santuario de Covadonga y su basílica en construcción, donde se venera a la Santina y se conmemora la batalla con la que tradicionalmente se identifica el comienzo de la Reconquista. Un año después Alas le aconseja a Marcelino Menéndez Pelayo que no deje de visitarla, sintetizando la conmoción que aquel lugar le produjo con la frase: «¡Impresión solemne de las que hacen época! […] Gran emoción».
Poco después publica en El Liberal (27-VII-1892) uno de sus más recordados cuentos: ¡Adiós, Cordera! El delicado relato de dos niños gemelos que viven en el prado Somonte con la vaca Cordera. Se trata de una emotiva muestra de espiritualismo ruralista en que la inocencia de los niños y su apacible modo de vida en el municipio de Gijón se oponen al mundo urbano, como oasis de virtud moral.
En ese verano de 1892 Alas vuelve a vivir una crisis que ha dado pie al análisis y matización de la crítica. El primer biógrafo del escritor relata que en aquel verano en Guimarán, Alas entra en una crisis moral que durará un mes y pico y que conllevará un idealismo sentimental y religioso en sus obras posteriores, pues el escritor «ha encontrado a Dios» (Cabezas, p. 183).
Esta conversión religiosa supondría un antes y un después en el autor y en su obra. Sin embargo, otros muchos críticos han atemperado la tópica visión de un escritor radical anticlerical de juventud y han señalado que ese supuesto anticlericalismo en La Regenta no es tal, sino un deseo matizado de criticar a los malos sacerdotes, capaz de deslindarlos de los que no son así, en una novela en que, de todas formas, ni la religión ni el dogma son atacados. A pesar de lo que algunos contemporáneos vieron y la visión que ha prevalecido del escritor, lo advirtió en su momento su amigo Posadas, sin metafísica ni religión no habría existido La Regenta. Ya antes de ese verano de 1892, en un artículo de 1891, Alas había escrito: «Hay mitras y mitras. El arzobispo de Sevilla, por ejemplo, es un místico y el obispo de Oviedo es un covachuelista pidalino […] necesitamos distinguir de católicos y católicos; porque el nombre es lo de menos y Monescillo, Sanz y Forés y otros son discípulos de Jesús. Al obispo de Oviedo, que es mi vecino, le conozco yo en el modo de perfumarse que piensa en Cristo menos que yo. […] Nada de clerofobia… Pero, ¡mucho ojo!» (22-V-1891, La Publicidad, cit. Lissorgues, 2007, p. 613).
De hecho, a su muerte, quien lo conocía bien, su íntimo amigo Adolfo Posadas escribirá en la Revista Popular que el auditorio de las conferencias de Alas sentía haber oído a un apóstol y tener ganas de ser más religioso: «Alas era, en verdad, muchas cosas: literato, artista, filósofo; pero por encima de todo, era un hombre religioso, enamorado del misterio, de lo absoluto, preocupado siempre, con el enigma de la realidad, con los fundamentos metafísicos del Supremo Bien.» En ese sentido, anticipó la corriente idealista y hasta mística finisecular de la literatura. Alas «fue siempre» y «a su manera místico, idealista, religioso». Por eso, se equivocan y no han sabido leer La Regenta quienes ven en su autor a un «positivista»: «Sin sentir la religión, no se podría escribir aquel libro admirable» («Alas y la Idea Divina», 1901, p. 8).
Lo que queda claro, en cualquier caso, es que en el conjunto de su obra se observa un proceso de espiritualización que parte de La Regenta y que es, por tanto, anterior a ese 1892.
La efímera fiebre naturalista se desvaneció en España con rapidez, dada la incompatibilidad filosófica de muchos autores como Alas con los postulados deterministas de esta escuela (Varela, 25-43) por lo que, rechazando el fondo, habían tomado únicamente su forma, su estética y además, de forma parcial, puesto que la ironía clariniana quiebra de plano la pretensión científica de objetividad de la escuela (Schraibman,Filliére). Lo cierto es que Pérez Galdós en su prólogo de 1901 fue uno de los primeros críticos en señalar cómo el naturalismo de La Regenta era muy sui géneris, entre otras cosas por el humorismo –impensable en las amarguras zolescas– que Alas le debía a la propia tradición española, que le supo privar de las asperezas de la escuela francesa. Hacia 1887 ya se hablaba en España de un movimiento espiritualista que, por otra parte, también estaba dando numerosos frutos en otras latitudes (Oleza, 1998, pp. 776).
Atendiendo a la concreta obra de este escritor, Oleza señala que la crisis de 1892 «no sería tanto una crisis puntual como una transformación que afecta a la personalidad entera de Leopoldo Alas, y también a sus ideas. Se inicia en los años que siguen a la publicación de La Regenta, se desarrolla durante la gestación de Su único hijo, y debió alcanzar su culminación en los años inmediatamente posteriores, esto es en 1892-1894, a juzgar por el tono mucho más vehemente, mucho más converso, mucho más resolutorio de los textos de estos años, especialmente de los cuentos, “El Señor” (publicado en octubre-noviembre de 1892), “Cambio de luz” (abril de 1893), “Un grabado” (1894), o del drama Teresa (1894).» (Oleza, en la introducción a su edición de Su único hijo, p. 36). Así, sus ideas estaban ya «definitivamente asentadas» cuando escribe el prólogo de los Cuentos Morales, en noviembre de 1895, y «Viaje redondo» de 1896 sería el «testimonio» y «balance».
Muerto en diciembre su gran amigo Tomás Tuero, en 1893 aparece el volumen compilatorio El Señor y lo demás son cuentos, en que vuelve a publicar ¡Adiós, Cordera!, junto a otros relatos tan autobiográficos como Cambio de luz. En este, el protagonista enfermo y melómano, en su gradual pérdida de la visión, atiende por fin la llamada de su conciencia y, mientras escucha la sonata Kreutzer de Beethoven, siente el mismo efecto que Moisés debió de sentir «ante la zarza ardiendo». Llega así a la conclusión de que «Puesto que había Dios, todo estaba bien.» (p. 92).
En 1894 publica Palique y retoma su amor de la infancia por el teatro en la composición de Teresa, la obra dramática en un acto y en prosa, en que puso tanto empeño como después tristeza por la crítica con que fue acogida en su estreno en El Español madrileño en 1895. La acción de la obra se nos dice que es en verano, en el campo en los valles del Noroeste de España, otra vez, sin mayor especificación.
En una carta de 1896 cuenta a Galdós la diversión que supuso para él la romería en Serín a la que fue invitado por la fiesta sacramental en junio, pero en aquel septiembre muere su madre doña Leocadia Ureña, a quien siempre se sintió entrañablemente unido. En ese mismo año publica sus Cuentos morales en cuyo conocido prólogo leemos: «como en la edad madura soy autor de cuentos y novelillas, la sinceridad me hace traslucir en casi todas mis invenciones otra idea capital que hoy me llena más el alma (más y mejor, ¡parece mentira!) que el amor de mujer la llenó nunca. Esta idea es la del Bien, unida a la palabra que le da vida y calor: Dios. Cómo entiendo y siento yo a Dios, es muy largo y algo difícil de explicar» (edición de Botrel, p. 110).
En este volumen se produce la madurez de un espiritualismo «ya más allá de las dudas», en palabras de Oleza, observable en relatos como «El frío del Papa», «La conversión de Chiripa», «La noche-mala del diablo» o el estremecedor «Viaje redondo». En este último, el autobiografismo es tan confeso como para relatar el viaje interior de vuelta a la fe de quien, como el propio Alas, se alejó en sus filosofías juveniles –a las que alude como «miopía racional»– para retornar a la fe justo tras los rezos de la preocupada madre. El beso en la frente del hijo que se santigua se produce instantes antes de la muerte de la anciana. Lo que el narrador tilda de «milagro», pues es la conversión del hijo que tiene por escenario la iglesia parroquial Lorezana. Se trata, probablemente, de Santa María Logrezana, la iglesia románica a la que en su juventud iba Alas con su madre doña Leocadia y luego con su esposa Onofre y sus hijos: «Del templo rústico, noble y venerable en su patriarcal sencillez, parecía salir, como un perfume, una santidad ambiente que convertía las cercanías en bosque sagrado. Reinaba un silencio de naturaleza religiosa, consagrada. Allí vivía Dios» (p. 319).
En 1897 continua su labor política y es procesado por solicitar la anulación de pena de muerte de Angiolillo, el anarquista asesino de Cánovas. En la misma línea espiritual ya descrita, pronuncia en la Escuela de Estudios Superiores el ciclo de conferencias sobre Teorías religiosas de la filosofía novísima. Sus colaboraciones periodísticas, sus clases en la Facultad de Derecho y otras actividades de estos años se producen paralelamente a un empeoramiento de la salud.
En 1900 prologa la traducción española de la novela Resurrección de Tolstoi que califica como «libro de moral, como hay varios en la Biblia, escrito sin propósito principalmente artístico, por un artista» (p. 107). También Tolstoi ha vivido una evolución que se refleja en su obra: «Lo ha querido Dios; Tolstoy cada vez más olvidado de su genio, humilde de verdad, como buen cristiano, es más poeta, más artista que nunca, sin querer; porque la gracia que Dios ha querido llevar a su corazón, también la derrama sobre su arte, piense en ello o no el artista, pues le ha de servir de instrumento para edificar las almas con el señuelo de la hermosura.» (Calvo González, pp. 106-115).
En 1901 trabaja en la recopilación de crítica Siglo pasado y en la colección de cuentos El gallo de Sócrates;ambos volúmenes se publicarán póstumamente. En este último se incluye «Un voto», relato que vuelve a reflejar elementos autobiográficos que parecen explicar cómo vivió Alas el fracaso de su obra teatral Teresa, cuando fue al estreno madrileño preocupado por la salud de su hijo enfermo: como el escritor, el protagonista, Leal, confiesa a su amigo Suárez la causa de su serenidad el día en que su drama histórico fracasó, pues había dejado enfermo a su propio hijo para asistir al estreno y durante la representación, eran tantos sus remordimientos y preocupación, que el protagonista hizo a Dios un voto: muera el drama, pero a cambio baje la fiebre de su hijo. El fracaso de la obra fue el precio de la salud del hijo del protagonista. El relato «El Cristo de la Vega… de Ribadeo» ofrece una curiosa variante del conocido relato milagroso para expresar nuevamente sus creencias religiosas y, a la vez, su rechazo a la intransigencia fanática. Facundio es un actual torquemada en el sentir que insulta y calumnia a los liberales e imagina su Cristo de madera como una maza para aplastarlos. Convencido de la salvación de su alma, el día de su Juicio ve dicha imagen encarnada y a tamaño natural: Cristo tiene sus carnes maceradas, pues ha sido atormentado por los golpes que le propinó y que lo condenan al infierno.
Para la misma editorial barcelonesa en que se publicarán estos cuentos –Maucci–, pero con ayuda de los amigos, logró terminar su traducción de la novela de Zola Trabajo. Los defensores del Naturalismo del escritor deberían tener en cuenta las olvidadas primeras líneas del prólogo a esta traducción que reafirman lo ya expuesto al comparar el genio del francés con el de Tolstoi. Explícitamente, Alas señala que su propio espíritu está mucho más cerca del espiritualismo del escritor ruso: el ateísmo, materialismo, hedonismo y su confraternización con el colectivismo y anarquismo hacen que diga que «a Zola solo puedo traducirlo por espíritu de tolerancia». Él en cambio dice: «Yo creo en Dios, en el espíritu, en el misterio» (p. 6).
Aunque su tuberculosis intestinal ha empeorado desde los primeros meses de aquel año, en mayo siente mejoría y aprovecha la invitación de su primo, Enrique Ureña, para asistir a las fiestas de inauguración del día 27 a la restaurada catedral de León. En esta excursión se mostrará alegre del reencuentro con la ciudad de su infancia y con los amigos. Durante la visita al templo, mantiene una «conversación ingeniosa y brillante», olvida su estado y disfruta del recorrido, mostrando su erudición al comentar los muros y las restauradas vidrieras. Ya en Oviedo contará: «En León pasé horas verdaderamente felices» (Lissorgues, 2007, p. 1107). Unos días después, los médicos han perdido toda esperanza. El día 13 de junio se acuesta al llegar la noche «y cuando se esperaba que su excitación nerviosa se calmase para que pudiera recibir los auxilios espirituales, en que él mismo había pensado si aumentaba la gravedad de su estado, del cual el enfermo no se dio cuenta, un ataque de disnea puso fin a su vida», (necrológica de El Carbayón, Oviedo, 14-VI-1901, cit. por Caudet y Cachero, 1993; p. 208).
En un fragmento de su inacabada novela autobiográfica Cuesta abajo (1890), el autor había descrito la transformación que, de uno a otro año, según la época de la vida, conforme iba cambiando, experimentaba también en su percepción del mundo. Al recordar uno de aquellos veraneos juveniles, yendo acompañado de su madre, Leopoldo Alas reflexionaba que, así como el Quijote no es el mismo cuando años después se vuelve a él, y lo mismo sucede con Shakespeare o con Pascal, el fenómeno es el mismo con los lugares: «Mi topografía poética, que es todo un poema, mitad didáctico, mitad psicológico, tiene variaciones constantes que pican en dramáticas. Así, por ejemplo, en la edad a que ahora llego, cuando esto escribo, toda esta comarca que descubro, con unos buenos anteojos de marino, desde la cumbre, me parece más pequeña. Castilla está mucho más cerca que yo creía cuando era niño: dos o tres leguas no son nada. Ciertas colinas que yo creía antes autonómicas son derivaciones de todo un sistema, dependencias de montes mayores.» (Alas, 1985, p. 115). Con la edad, Leopoldo había visto que todo estaba más cerca y más relacionado, pero los árboles que mueren se llevaban algo de su alma, mientras que los nuevos le parecían forasteros.
Producción literaria
Leopoldo Alas es autor de 2409 artículos periodísticos publicados entre 1875 y 1901 en unos 70 periódicos y recopilados en distintos volúmenes. El cómputo y la recopilación más completa de los mismos es el realizado para sus Obras Completas, Oviedo, Ediciones Nobel que abarca los tomos V, VI, VII, VIII, IX y X, editados y prologados por Yvan Lissorgues y Jean-François Botrel.
Cartas de un estudiante I-IV, artículos en el diario democrático La Unión, Madrid, 1878. (Edición recopilatoria facsímil).
Solos de Clarín, Madrid, Alfredo de Carlos Hierro, 1881.
La literatura en 1881 (en colaboración con Armando Palacio Valdés), Madrid, Alfredo de Carlos Hierro, 1882.
La Regenta, Barcelona, Daniel Cortezo, Biblioteca «Artes y Letras », 1884, 1885 (2 vol.).
Sermón perdido (crítica y sátira), Madrid, Fernando Fe, 1885.
Pipá, Madrid, Fernando Fe, 1886.
Folletos literarios I. Un viaje a Madrid, Madrid, Fernando Fe, 1886.
Folletos literarios II. Cánovas y su tiempo, Madrid, Fernando Fe, 1887.
Folletos literarios III. Apolo en Pafos (interview), Madrid, Fernando Fe, 1887.
Nueva campaña (1885-1886), Madrid, Fernando Fe, 1887.
Folletos literarios IV. Mis plagios. Un discurso de Núñez de Arce, Madrid, Fernando Fe, 1888.
Folletos literarios V. A 0,50 poeta. Epístola en versos malos con notas en prosa clara, Madrid, Fernando Fe, 1889.
Mezclilla, Madrid, Fernando Fe, 1889.
Benito Pérez Galdós (Estudio crítico biográfico), Madrid, Fernando Fe, 1889.
Folletos literarios, VI. Rafael Calvo y el teatro español, Madrid, Fernando Fe, 1890.
Folletos literarios, VII. Museum (Mi revista), Madrid, Fernando Fe, 1890.
Folletos literarios, VIII. Un discurso, Madrid, Fernando Fe, 1891.
Su único hijo, Madrid, Fernando Fe, 1891.
Doña Berta. Cuervo. Superchería, Madrid, Fernando Fe, 1892.
Ensayos y Revistas (1888-1892), Madrid, Manuel Fernández Lasanta, 1892.
El Señor y lo demás, son cuentos, Madrid, Manuel Fernández Lasanta, 1893.
Palique, Madrid, Victoriano Suárez, 1894.
Teresa, México, Eusebio Sánchez, 1895.
Cuentos morales, Madrid, La España, 1896.
Siglo pasado, Madrid, Antonio López, 1901.
El gallo de Sócrates, Barcelona, Maucci, 1901.
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Recepción socio-literaria
Ya relatamos en la biografía extensamente los pormenores del enfrentamiento crítico que tuvo Leopoldo Alas con Bobadilla y cómo termino aquello en un duelo. Dado que el escritor fue un gran polemista de carácter fuerte, remitimos a Sanz Rodríguez y sobre todo a Martínez Cachero, quienes relataron el enfrentamiento del escritor con varios contemporáneos. Como escribe el primero: «Sus polémicas con Revilla, Balart, Navarro Ledesma, Manuel del Palacio, la Pardo Bazán, Bonafoux, “Fray Candil”, Padre Blanco, Padre Muiños y con tantos otros, forman una inacabable cadena al través de su vida. La miserable condición humana que se complace en los insultos y dimes y diretes personales, ha dado una notoriedad inmensa a estos sucesos de la vida de Clarín» (Polémicas y ataques del Clarín crítico, Martínez Cachero 2002).
El severo juicio crítico de sus paliques, solos, folletos y otros artículos, muchas veces, además, recopilados en libros, fueron creando una imagen antipática del escritor. Ese fue probablemente uno de los motivos por los que sus contemporáneos temían a Alas y aprovecharon cualquier motivo para arremeter contra él o, como mínimo, para mostrar cierta frialdad ante sus publicaciones.
Pero, a esta antipatía general de la mayoría de medios e intelectuales, hay que sumar también la alarma que cundió en Oviedo ante el anticlericalismo que se vio en La Regenta y que le valió una inmerecida fama de antirreligioso. En febrero de 1890, el sacerdote «Angelón» inicia una campaña contra Clarín que se prolongará cinco años. Primero en las páginas de La Cruz de la Victoria, desde el mes de febrero, y en La Victoria de la Cruz, después, el sacerdote ovetense Ángel Rodríguez Alonso (don Angelón) hizo objeto a Clarín de una persecución que mantuvo hasta 1895, por medio de unos sueltos –Incidencias-, en los que comentaba negativamente cualquier actividad clariniana, deteniéndose principalmente en supuestos errores gramaticales. Leopoldo Alas, molesto por lo que de él se decía, contestaba a aquellos ataques desde La Horma y El Liberal Asturiano, mientras los espectadores ovetenses se divertían leyendo esta trifulca (lo recuerda Pérez de Ayala).
En general, los biógrafos coinciden en señalar las malas relaciones de Clarín con Oviedo, porque la ciudad nunca lo comprendió y allí vivió, según se dice, como un extraño a todos a excepción de los cuatro amigos de su tertulia (Cabezas, 1936, p. 171). Quizás más que “un extraño” en la ciudad, se nos asemeja a un “cacique intelectual” (que no político) con buenos defensores amigos y fanáticos detractores. Como apuntaba Martínez Cachero, está claro que para la mayoría tenía mala fama en la ciudad (1963), entre otras cosas porque su carácter dictatorial manifiesto en su crítica nacional, significaba una especie de corte de aduladores, pero también de gentes que lo temían por la fama de su carácter diabólico (Oleza, 1990, p. 25).
Recepción crítica
Leopoldo Alas es un autor imprescindible en las historias de la literatura, autor de una de las dos novelas más importantes de la literatura española contemporánea (en el consenso genral, la otra sería Fortunata y Jacinta). Dado lo efímero y parcial de su naturalismo, la crítica lo considera un autor realista o bien realista-naturalista. En este sentido, aunque viene siendo habitual en los manuales escolares hablar de La Regenta como novela naturalista, esta adscripción sigue siendo muy discutida, como vimos al hablar de su biografía. Al tener presente la novelística francesa de dicha escuela resulta más acertado juzgar La Regenta como una novela realista que tiene algunos elementos formales naturalistas. La bibliografía sobre el Naturalismo en España y sobre el concreto naturalismo clariniano es inabarcable, por lo que, en líneas generales, trazaremos una síntesis y nos remitimos a la bibliografía citada por los autores aquí consignados.
Por lo ya visto, lo más decisivo de la escuela francesa, su pensamiento filosófico positivista y determinista, aquello en que los fundadores de la escuela pusieron más énfasis, fue rechazado por el catedrático de Filosofía del Derecho que era Clarín. Otra cuestión es que La Regenta subraya, efectivamente, la influencia del medio climático, social y cultural en los personajes, denuncia la estructura social y el sistema político y tiene muy presente la fisicidad o corporeidad de los personajes (fundamentalmente de Ana Ozores). Pero también es cierto que todo ello, en menor medida, lo encontrábamos ya en las novelas realistas, por lo que en puridad, estaríamos hablando de una novela realista enriquecida con algunos rasgos estilísticos naturalistas (Varela, pp. 25-43; Karanović, pp. 113-122).
La efímera fiebre naturalista se desvaneció en España con rapidez, dada la incompatibilidad filosófica de muchos autores -como Alas- con los postulados deterministas de esta escuela, por la tradición aurisecular defensora del libre albedrío en oposición frontal al determinismo (Pérez Galdós), por la catolicidad también defensora de ese principio teológico (Pardo Bazán, Pereda), por la defensa de un Arte por el Arte (Valera) o por la combinación de todos estos argumentos y algunos más (Varela, 25-43). A esa transitoriedad de la influencia francesa, hubo además de sumarse lo que Pardo Bazán llamó «el otro lado de la cuestión», es decir, la inmediata moda de la novela rusa y espiritualista que coincidía, además, ya no solo en forma sino también en fondo, con el proceso evolutivo íntimo del propio Alas. Por ello, en síntesis, rechazando el fondo naturalista, los escritores españoles más importantes habían tomado de él únicamente su forma, su estética y además, lo había hecho de forma parcial. En ese sentido, la ostensible ironía clariniana quiebra de plano la pretensión científica de objetividad de la escuela (Schraibman) y estilísticamente supone una oposición frontal al ennegrecido cuadro de patetismo zolesco. Lo cierto es que Pérez Galdós en su prólogo de 1901 fue uno de los primeros críticos en señalar cómo el naturalismo de La Regenta era muy sui géneris, entre otras cosas por el humorismo –impensable en las amarguras zolescas- que Alas le debía a la propia tradición española, que le supo privar de las asperezas de la escuela francesa. Y es que, ciertamente, el escritor fue defensor del Naturalismo en sus publicaciones de crítica literaria de aquellos años y, junto a Emilia Pardo Bazán, se granjeó la merecida fama de adalides españoles de dicha escuela (Beser). Pero incluso cuando se juzga el Naturalismo olvidando nada menos que su fundamental objetivo filosófico, como mínimo, se señala que Alas superó la doctrina de Zola y hasta entreveró un misticismo propio de la tradición española y nada francés (Martínez Torrón). Hacia 1887 ya se hablaba en España de un movimiento espiritualista que, por otra parte, también estaba dando numerosos frutos en otras latitudes (Oleza, 1998, pp. 776).
La magnitud de La Regenta ha relegado a un plano muy secundario el resto de la producción literaria de su autor. Incluso dentro de la crítica, son ingentes los estudios dedicados a esta novela, en tanto que son proporcionalmente muy escasos los que tienen por objetivo el estudio de su narrativa breve o su labor periodística, no digamos ya la académica, la filosófica, la dramática o lírica. De ahí una falsa y fragmentaria recepción popular y hasta crítica de la obra de Leopoldo Alas.
Durante un tiempo, incluso se dio por buena la idea de una conversión religiosa repentina de Leopoldo Alas en el verano de 1892. Así, las colecciones de cuentos posteriores salidos de su pluma obedecerían a esa catolicidad de escritor converso. No obstante, la crítica posterior a la pionera biografía de Cabezas ha ido señalando los numerosos atisbos de progresiva espiritualización del escritor desde la misma fecha de publicación de La Regenta, en cualquier caso, mucho menos anticlerical de lo que se juzgó en el momento de su publicación y que, como vimos, le valió entre sus contemporáneos una inmerecida reputación que negaron quienes lo trataron personalmente, pues los testimonios definen al escritor valorando por encima de cualquier otra faceta su carácter de hombre eminentemente religioso.
En la sinceridad de sus cartas, Lepoldo Alas fue retratando ese proceso para sus amigos, por lo que los estudios sobre el epistolario clariniano nos dan una imagen fidedigna de la cuestión. En ese sentido, S. Beser fue el primero en advertir que el proceso venía de atrás al estudiar las cartas que el escritor dirigió a José Yxart (de 1883 a 1887) y que le hicieron retrotraer varios años aquel «cambio, conversión crisis moral o lo que sea» (1960; p. 389). Lo mismo sucedió al estudiar las cartas del escritor a sus editores F. Fe y M. Fernández Lasanta que publicaron Blanquat y Botrel (p. 62). Algo que, lógicamente, se refleja en la obra literaria clariniana, aunque, como indicaba C. Rychmond (1977), al estudiar el periodo que media entre La Regenta y su siguiente novela Su único hijo, fue un proceso que afecto más a sus proyectos, luego no cumplidos, que a lo que sí escribió. De dichas obras y proyectos deduce que habría sido una crisis prolongada desde 1885 y hasta 1891.
Con estos y otros varios datos, Oleza sintetiza en el prólogo de su edición de Su único hijo la confluencia de varias circunstancias observables en la vida del escritor: el progresivo avance de su enfermedad intestinal, de los nervios y hasta el empeoramiento de su vista, su evolución política desde el radicalismo anticlerical de juventud, a un republicanismo moderado que, en la última década de siglo y vida es transigente con la monarquía y que incluso valora y tiene por imprescindible el papel de la Iglesia católica en la educación, y su evolución espiritual de las dos últimas décadas del siglo. Así, «la crisis no sería tanto una crisis puntual como una transformación que afecta a la personalidad entera de Leopoldo Alas, y también a sus ideas» (p. 36). A su juicio, aquella transformación se inició en los años posteriores a la publicación de La Regenta y se gestó mientras escribía Su único hijo, culminando a partir de 1892 o 1894, a juzgar por el tono «mucho más vehemente, mucho más converso, mucho más resolutorio» especialmente de cuentos como «El Señor», «Cambio de luz», «Un grabado» o el drama Teresa. En 1895 sus ideas ya están definitivamente asentadas, como vemos en el prólogo de sus Cuentos morales, y así, se testimonia en su cuento «Viaje redondo» de 1896.
De hecho, si tenemos en cuenta el punto de partida religioso (el ambiente familiar del que el escritor parte y al que retorna), más bien, desde una perspectiva panorámica que observa su vida y obra en conjunto, parece más justo hablar de una década y media de sarampión radical, germinado en sus años universitarios. Ahora bien, ese periodo es coincidente con los años de mayor presencia y relevancia en los medios periodísticos, hasta el grado de crear una imagen pública del escritor contra la que poco o nada pudo hacer, salvo en lo privado o para lectores asiduos.
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Enlaces web
- Obras digitalizadas de Leopoldo Alas en la Biblioteca Digital de Castilla y León
- Obras digitalizadas de Leopoldo Alas en la Biblioteca Digital Hispánica de la Biblioteca Nacional de España
- Leopoldo Alas, Clarín en el Diccionario de catedráticos españoles de Derecho (1847-1943) de la Universidad Carlos III de Madrid.
- Leopoldo Alas Clarín en el Centro Virtual Cervantes
- Portal sobre el autor en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
- Colección Leopoldo Alas Clarín en One More Library
- Texto completo de la segunda edición de La Regenta en la Biblioteca Augustana Digital
Responsable: Varela Olea, Mª Ángeles.
La Dra. M.ª Ángeles Varela Olea es Titular de Literatura Española en la Universidad San Pablo CEU (Madrid). Ha sido miembro de siete proyectos de investigación y en la actualidad es miembro del proyecto de la UCM “Historia del Teatro Español Universitario. Última etapa” del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.
Revisión: Grupo de investigación LETRA.
Cómo citar y DOI del artículo:
Varela Olea, M.ª Ángeles, «Leopoldo Alas», Diccionario de autores literarios de Castilla y León (base de datos en línea), dir. y ed. María Luzdivina Cuesta Torre, coord. Grupo de investigación LETRA, León, Universidad de León, julio 2019. En línea en <https://letra.unileon.es/>. DOI: https://doi.org/10.18002/dalcyl/v0i12.
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